La balada de las orquídeas púrpuras, Attica Libros, 2020, Marlén Curiel Ferman
Lo
primero que llama la atención es la armonía tejida con suavidad, verso a verso,
que atrapa nuestros oídos a la par de nuestros ojos. Es Así como lo percibo,
música para los ojos. Quiero que la yerba
me regale sus verdes hebras, dice Marlén en su “Elegía moderna a la yerba”.
La palabra “balada” acaso nos predispone a escuchar un tema amoroso y no
estamos muy lejos de ello, pero nos damos cuenta enseguida que no se trata del
amor como objeto de consumo que el capitalismo nos ofrece en un escaparate,
sino del amor que se construye con paciencia y disciplina hacia todas las
formas de vida del planeta. De ahí que inicie con una alusión a la naturaleza,
no desde el folclore, ni desde la simple descripción de su belleza, sino
asumiendo su fugacidad, el peligro latente de que desaparezca ante la mirada
indiferente del mundo.
Marlen logra un híbrido entre las formas clásicas de la
poesía y las contemporáneas, con una cadencia que a ratos me recuerda la voz de
Carlos Pellicer, luminosa y consciente, así como la de Walt Whitman, acaso por
esa cercanía con el gozo de descubrirse una misma con el resto de la Creación.
Sin embargo, la voz de esta poeta florece en una América marcada por los
estragos de la violencia, entre cuerpos de hombres y mujeres que se resisten a permanecer
en el olvido, donde el lenguaje parece haber sido secuestrado por los medios
masivos de comunicación que nos imponen una sola forma de ser.
La poeta rompe esta hipnosis, haciendo gala de un humor
refinado que no desdeña ni los conciertos de piano, ni la música que suena en
la radio o en Youtube, para ir con los tiempos.
La pasión por la música, el canto, es la herencia materna, y
el vínculo con la literatura rusa viene del padre. Esta predilección por las
asonancias rítmicas es difícil de ver en estos días, cuando la narración y el
poema se decantan en elementos más prosaicos. La delicadeza de las imágenes,
elegidas con rigor, forman un tablero por el que es un verdadero deleite ir
pasando.
Este sentido de comunión con el todo se sintetiza en el poema
“Biblioteca”: Todos los libros / todos los poemas / cada poema /mis versos incluidos en tu verso.
Todos nos parecemos, aun cuando somos otro. Y es, no me
queda duda, en el poema epónimo, “La balada de las orquídeas púrpuras”, un
tanto a la manera de García Lorca, donde la autora logra un poema
magistral (a través de recursos como la anáfora) insistiendo sobre nuestro origen: Giramos en el encuentro de nuestro beso, / nuestro abandono, / nuestra
hambre, / mi bagaje de cientos de
palabras y tú. Este libro es, pues, un concierto privado de ritmos y conceptos sobre el ser humano, que se encuentra, dijera Plotino, “a medio camino entre los dioses y las
bestias”.
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