Rojo 43 (Attica Libros, 2020), de Carmen Rioja.
Las fechas y los nombres, con los
que enmarcamos la memoria, se diluyen en un mar espeso de colores inexactos y,
en esta época de poco rigor y muchas redes sociales, se transfiguran, se cambian
de lugar. Yo sería la menos indicada para quejarme porque tengo las conexiones
neuronales tan saturadas que olvido a veces hasta la forma de nombrar los
utensilios de cocina. Pero el número 43 y el momento en que se insertó a
nuestro imaginario colectivo, lo recordaré siempre, tal como lo recuerda Carmen
Rioja al decirnos:
nada
hay más mortal
que
el tiempo del alma al descubierto.
El número se me quedó pegado a la piel porque el rojo no era
una metáfora, para mí, que estaba en la sala de partos viéndolo escurrir en ese
ritual del nacimiento, ni para los jóvenes que en ese mismo rato eran llevados
lejos de sus casas, lejos de su propio rostro: miles de cuerpos sin nombre,
dice la poeta.
Pero este número extiende sus significados también hacia
otras latitudes, Carmen ha logrado asirlo desde los ríos y la tierra, pasando
sobre su propia cabeza, para tocar, después, toda América:
cuarenta
y tres millones de partículas de luz
evaporan
el agua del río
desangran
la tierra
43
años de sol en mi cabeza
La brevedad, el verso bien pensado y con una fuerte carga de
adrenalina, caracteriza estos poemas organizados en tres estancias donde el
fuego, el alma y el polvo son rojos.
Luego de mostrarnos la cara más turbia y dolorosa del rojo, Carmen nos muestra la belleza del deseo en el territorio de los muslos, y no duda en hacer apología de las pieles: la suya, que es como sábana limpia; la del varón que es i-touch. Pero es consciente de la finitud del amor cuando nos dice: abrí el refrigerador y no había sueños. No, los sueños no se pueden congelar, guardarse para otra temporada; son tan efímeros como la hierba. Lejos de caer, aquí, en el dramatismo, desde una consciencia madura, no sin dosis de nostalgia, la poeta nos habla del retorno. ¿Hacia dónde? No parece dudarlo, el retorno es siempre hacia el origen, ese lugar que nos abrigó cuando éramos color puro en las nebulosas, primero, y en el vientre de la madre después, que no por ello nos salva.
Luego de mostrarnos la cara más turbia y dolorosa del rojo, Carmen nos muestra la belleza del deseo en el territorio de los muslos, y no duda en hacer apología de las pieles: la suya, que es como sábana limpia; la del varón que es i-touch. Pero es consciente de la finitud del amor cuando nos dice: abrí el refrigerador y no había sueños. No, los sueños no se pueden congelar, guardarse para otra temporada; son tan efímeros como la hierba. Lejos de caer, aquí, en el dramatismo, desde una consciencia madura, no sin dosis de nostalgia, la poeta nos habla del retorno. ¿Hacia dónde? No parece dudarlo, el retorno es siempre hacia el origen, ese lugar que nos abrigó cuando éramos color puro en las nebulosas, primero, y en el vientre de la madre después, que no por ello nos salva.
Así, pues, Carmen Rioja ha hecho danzar juntas su mirada de
artista plástica con la palabra, en este bello e indispensable poemario que hoy
Attica Libros tiene a bien entregarnos a los lectores. Se puede sentir el pulso
de cantos antiguos entre sus líneas, así como el del cuicapicque cuando nos avisaba que no veníamos para siempre a la
tierra, aun así, Carmen nos revela que tenemos derecho a florecer.
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