Literatura & Psicología

2.4.20

A veces un fin del mundo

Desde niña solía soñar con el fin del mundo. Algunos sueños incluso cruzaban la frontera de mis ojos y se instalaban tranquilamente en la "vida real" durante un buen rato. Un fin del mundo muy común era aquel donde el mar desaparecía de pronto, se evaporaban ríos y lagunas de un breve soplido y la gente se hundía despacito en una arena seca. Otro fin del mundo era donde llegaban gigantes que nos perseguían para molernos a palos.

Al pasar de los años los fines del mundo en mis sueños se volvieron más cinematográficos, había zombis y familias que se refugiaban en centros comerciales, y unas a otras se veían con sospechas de ser los siguientes contagiados. Una vez soñé un fin del mundo donde la gente vivía aislada en sus casas, una persona por cada habitación, y tenían prohibido el contacto interpersonal, la comida les era entregada cada mañana en charolas esterilizadas, afuera había un grupo de rebeldes. Cuando un rebelde era atrapado por los vigilantes sus recuerdos se proyectaban en pantallas de cine, para el entretenimiento de la gente que permanecía en sus habitaciones viendo escenas de explosiones y derrumbes.

Con la maternidad dejé de ser un sujeto pasivo en los fines del mundo, ya no me quedaba ahí esperando a que el mar se secara o a que los gigantes me rompieran las costillas, ahora me veía abasteciendo un barco, un búnker o una nave espacial con alimentos, ropa y agua para mis hijos, aunque nunca sabía en mi sueño cuál era exactamente la amenaza. Una sombra o un parásito invisible se arrastraba hacia nosotros. A veces en esos fines del mundo alguno de mis hijos desaparecía y yo sabía cuál era el lugar donde debía buscarlo: dentro de mí misma.

Nunca les he contado estos sueños a mis hijas. Pero ellas a veces juegan al fin del mundo, sus osos de estambre se abastecen de provisiones dentro de un barco o un avión y escapan hacia un planeta lejano; claro, porque los barcos que les construyo a mis hijas con cajas de pizza pueden ir de un planeta a otro. Hay un planeta que se llama "Venecia" y otro que se llama "el planeta de los abuelos".

Hace algunas semanas que no sueño con el fin del mundo. Mis noches se han vuelto inocuas, será que despierto a cada rato con cualquier ruido y no me da tiempo de soñar o será que ya se me agotaron las pesadillas. Hace poco soñé que estaba en esta misma casa, pero en otro universo, y yo era la yo de ese universo, y mis hijos estaban ahí conmigo, pero el sonido se había quedado aquí. Entonces reinaba un silencio absoluto y nada se movía, hasta que las risas de mis niñas rompieron la barrera entre los dos universos y volví a mi cuerpo, despierto.


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