Literatura & Psicología

20.10.19

Nogalar. La adicción al miedo

 Nogalar. Héctor Daniel Martínez; ático, 2019. 


Todos hemos hecho ese descubrimiento alguna vez en la vida: “la maldita adrenalina del terror es adictiva”. Marcela, el personaje protagónico de Nogalar, novela de Héctor Daniel Martínez, nos lo dice a la cara con un cinismo casi inocente.  Pero no todos cedemos ante esa adicción. La gente sensata busca la calma que da un buen trabajo, un matrimonio estable y un libro de autoayuda. La gente de otra especie, la que necesita sentir esos arañazos en la médula espinal, se lía en espirales terroríficas: acaso ese Thanatos freudiano. Dado que en nuestra época ya no existen regiones del planeta inexploradas –como no sea el fondo del mar al que es imposible todavía llegar–, ni cruzadas espirituales que duren diez años, ni mucho menos dragones o dioses que hagan retumbar la tierra, el ser humano contemporáneo recurre a los juegos de poder, a los apegos sentimentales y a la transgresión de la ley, buscando esa dosis de angustia y dolor que otrora daban los viajes, la aventura bélica o la caza de animales salvajes.

Reveladora es, pues, esa reflexión de Dostoyevski puesta en Memorias del subsuelo –parafraseo–, aun si el hombre estuviese de todo bien proveído, por maldad, por inclinación a lo perverso, causaría la destrucción. Lo cual no está lejos de las reflexiones que había hecho el genio de la literatura de horror, Edgar Allan Poe, en medio de una Norteamérica de principios del siglo XIX seducida por las ideas del progreso y la democracia, en “El demonio de la perversidad”. ¿Qué sería de la humanidad, compuesta por esa tendencia a olvidar su propia sombra, sin los filósofos, los escritores, todos aquellos cuyo oficio es cuestionar, estrujar el dogma y visibilizar lo que permanece oculto?

No sé, la verdad, qué me da más escalofrío, la horda de criaturas monstruosas que aparecen descritas en Nogalar o Marcela con sus lagrimales que se abren y cierran para llorar a voluntad, casi como si fuesen sus instrumentos de trabajo. Ella –es significativo que sea una Ella en una novela escrita por un hombre– es quien expone las fragilidades del alma humana, de nuestra condición absurda en la que no sabemos lidiar con las pasiones.

Veo, pues, un doble mérito en la novela Nogalar, de este joven autor originario de General Terán. Por un lado aborda la condición humana y su vulnerabilidad, por otro lado, en una época donde priva la incredulidad que raya en el nihilismo refresca la tradición del terror sobrenatural. 

Héctor Daniel nos habla de las pasiones humanas, del apego y la perversión sin dejarles esa responsabilidad solamente a los personajes masculinos, Jaime y Esteban, sino indagando, también, en la psique femenina, la cual toma un papel activo. Nos muestra, además, de manera poco convencional, un lado frágil de la masculinidad que casi nunca queda expuesto socialmente. Una lectura superficial podría hacernos etiquetar a Marcela como femme fatale que reproduce el estereotipo de “mujer mala” o “alejada del temor de Dios”; una lectura más profunda y meditada nos muestra esas aristas de la mente humana cuando ha perdido –o no ha cultivado nunca– la capacidad de amar, ni de sentir compasión –a menudo ni para sí misma. Y esto no es raro en un orbe que nos impele al individualismo, a la disociación y al refuerzo narcisista.

Con una narrativa ágil, contada en primera persona, el autor nos mete desde las primeras líneas en el misterio y nos mantiene ahí, cautivos, entre seres sobrenaturales que no sabemos si son humanos o demonios; que no sabemos si están vivos o muertos y si habitan este mundo o la región de los sueños. Nos devuelve, así, como pocos autores contemporáneos, ese horror ante lo demoníaco que en Occidente creíamos perdido desde Kafka. El horror, como bien apuntaba Borges, después del Holocausto ya no tenía que ver con entes de ultratumba como en la narrativa de Poe, sino con el desasosiego mismo de la existencia, la incomprensión del absurdo, algo a lo que Kafka se había adelantado sorprendentemente.  

Hablando del imaginario mexicano, tras conocer la guerra del narco, tras haber vivido la inseguridad y la violencia en las calles, ante las cifras ascendentes de desaparecidos y feminicidios, ¿ha perdido la muerte su impacto?, ¿será que hasta el absurdo se gasta? Héctor Daniel ha sabido muy bien cómo tomar este miedo colectivo y darle una forma visible, simbólica –sí–, pero palpable:   

Un joven montado en la espalda de una anciana sin brazos, jalándole el cabello para indicarle más velocidad, como si fuera un caballo; un hombre que mientras corre se corta trozos de su rostro con una navaja y los arroja hacia adelante, suplicándome, rogándome que me los coma junto con él y cumpla su fantasía; una mujer que arrastra un cordón umbilical que sale de sus piernas y continúa hasta conectarse con un... ¡Santo Dios! Y pensar que eso es lo único que mi mente puede comprender, porque el resto de enfermizas aberraciones que me persiguen resultan verdaderamente imposibles de describir.
Como un Lovecraft posmoderno, Héctor Daniel crea su universo de espíritus que parecen no tener edad y habitan en la oscuridad, en la entraña de la tierra, con formas incomprensibles. Al mismo tiempo es fácil encontrar sellos de identidad y referencias de época. El autor ha elegido poner General Terán como el escenario de esta historia, lo cual es un acierto, pues en las grandes ciudades se ha perdido esa conexión con lo mágico que aún conserva la pequeña provincia mexicana, con sus supersticiones, sus leyendas, sus secretos.  

Cito:

Se dice, que allá a mediados del 1800, cuando el Valle de la Mota pasó a llamarse General Terán, existió un culto que secuestró a muchos niños, los asfixiaban metiéndoles nueces por la garganta hasta que se les desbordaban por la boca, los enterraban de pie por todo este territorio; al pasar el tiempo, nació esta hermosa nogalera, que muchos la creen maldita.

Los saltos en el tiempo y la manera en que el autor desmiembra el texto, entregándoselo al lector como una especie de cuerpo descuartizado al que este tiene que unir, evidencian lo bien que ha aprovechado sus lecturas de Cortázar y la forma disciplinada en la que trabajó los diálogos, las atmósferas y las acciones de los personajes. Héctor Daniel nos deja abierta la posibilidad de que esta leyenda sea cierta o que, al menos, contenga una dosis de verdad. Tal vez ahora General Terán sea más visible en el mapa y, con los días, haya ¿por qué no?, quienes quieran conocer la nogalera maldita donde empezó todo.  

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