Literatura & Psicología

23.11.19

Acqua Alta

De lo ordinario, el amor y la memoria


Me fue concedido por el hado escuchar el eco de unos tacones en la noche serenísima, sin autos, sin alarmas, sin el miedo a ser alcanzada por mis fantasmas, deslizando mis flats por los callejones y puentes del casco antiguo tras contemplar las formas emergidas entre las manos de Tintoretto, Donatello, El Bosco... Las madonnas bizantinas con sus proporciones asimétricas y la seductora agonía del San Sebastián de Mantegna, ahí donde Oriente y Occidente se mezclan en la quietud de un tablero de Go.


Me acarició el amanecer bañado en arabescos, entre muros donde el tiempo parecía detenido, a ratos en el bullicio de plumas y labios carmesí, y a ratos en un silencio profundo donde el alma flotaba en vigilia constante.



Caminé por los mismos espacios donde caminaron cientos de artistas en busca de sus sueños... donde se dice que Goethe vio por primera vez el mar... así como yo tomé por primera vez en mi vida unos remos, con la complicidad de unas risas, idioma universal que no necesita traducirse. Todos comprendemos el lenguaje del amor sororo y fraterno, transparente como un rayo de luna. Esas risas devolvieron la voz a mi garganta que había llegado seca, muda, a la vieja Europa, en un cuerpo que había olvidado dormir, comer, que solo podía esperar.

A ratos no entendía cómo era tolerable a los ojos tanta belleza. Los amigos y amigas que me recibieron en su casa, en su embarcación, en su taller fueron gentiles, delicados, me llenaron de abrazos y palabras nuevas. Y yo dejé un trozo de mi corazón en cada rinconcito, en cada árbol, en las gotitas de lluvia.

Quisiera que esa imagen de una Venecia en carnaval siguiera, magnífica, serena, sobre las ondas del agua. Que el agua no se volviese una pared inmensa, que no anegara sus pisos empedrados ni sus tiendas de máscaras. Que la puerta de Casa Goldoni siga dando paso al idioma de los vetustos pescadores. Que el Gran Canal no se inquiete con las olas.

Los monstruos marinos no llegan aquí. Aquí solo hay un vaivén de niños tomados de la mano por sus madres, de mujeres ceñidas por exquisitos corsés y crinolinas, de hombres animados en el negror de una capa. Aquí el dolor se apaga como una llamita bajo el aire matinal. Eso quisiera decir: que la bella y altiva Venecia es imperturbable, no se hunde, no llora...


[Monterrey, 16 de octubre de 2019]

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