Por Rebecca Bowman
Siempre es difícil dialogar
sobre la poesía, al describir o explicar el poema se destruye su excelso
contenido. Basta decir que este poemario de Vera Guerra es algo que hay que
leer, que no debe quedar, como tanto de lo que se produce en la provincia
mexicana, ni acallado ni olvidado.
En Imágenes de la fertilidad:
Canciones al hijo del viento, Marisol Vera
Guerra crea una ofrenda al universo, a los elementos básicos de un mundo poco
explorado en cuyo centro, la Huasteca, una región en el noreste de México,
sigue vigente en todo su apacible esplendor la cultura teenek.
La voz de Marisol es
apasionada, de pulso, pero trae también una quietud, una fuerza y poder que
viene de la sabiduría, del largo pensar, de la contemplación. Mientras que otros
poemarios suyos, #SiLaMuerteSeEnamoraDeMí (Voces de
Barlovento Editores) y Antologia Personale (Progetto
7Lune), contienen versos que son alaridos certeros y cortantes, los de Imágenes de la fertilidad nacen de un sitio no de fragilidad,
cuestionamiento y dolor sino de certeza. Se percibe que el libro está escrito
desde una posición de paz, de tranquilidad, que al arraigar el contenido de
estos versos en suelo fértil la poeta ha hallado sosiego.
Normalmente prefiero leer poesía sin ver de antemano explicación
alguna, pero aquí en el libro se incluyen textos bellos y a su vez informativos
sobre la cultura huasteca que contextualizan los poemas y ayudan a un lector
que ha leído poca poesía a acercarse al texto. Incluso esta edición termina con
un glosario de palabras de origen teenek y náhuatl. Creo que es un acierto
incluir estos elementos no solo para el lector aficionado sino para cualquier
lector, pues sigue una tradición parecida a algunos libros mezclas de ensayo y
poesía, como los de Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga.
Aunque en el prólogo Vera Guerra explica que en este
poemario ella utilizó como metáfora a la huaxteca como una mujer preñada por el
viento, siendo sus hijos los habitantes del lugar, aún más que eso percibo otra
lectura, que hubo otra necesidad en la poeta, la de crear una topografía de lo
que es la experiencia vital de la maternidad. Los poemas exploran la relación
más íntima e íntegra, entre madre e hijo. Casi no interviene el padre, pues
convertido en el viento es un elemento efímero que se desvanece desde el
principio. El libro implica de cierto modo un rechazo al papel de pareja, lo
que llama la atención, pero resulta un retrato verídico de esos meses durante
el embarazo, el alumbramiento y el amamantamiento en donde la pareja (madre e
hijo) es autosuficiente y no requiere más.
Señal de esto es el uso como epígrafe en “Alumbramiento
de junto al mar” de unos versos de Gioconda Belli que indican que el cordón
umbilical es de la madre y no del hijo, la mujer se vuelve un nuevo ser al dar
a luz.
Este libro se desborda de ritmo y de un hábil manejo de
metáforas que, aun siendo regionales alcanzan lo universal:
y
en la feraz topografía de mi cuerpo
barro ardiente
que late como un trueno -mina de oro y cinabrio-
el Sol
amasa un hombre nuevo
en la feraz topografía de mi cuerpo
barro ardiente
que late como un trueno -mina de oro y cinabrio-
el Sol
amasa un hombre nuevo
Leyendo el libro desde
esta visión que voltea la intención original de la poeta, parece que Vera
Guerra se vale de una técnica whitmaniana en la que la voz del poema toma los
atributos de los objetos, la que habla se convierte en los espacios de la huasteca,
de las distintas regiones del noreste de México, los poemas en esta sección se
refieren tanto a su estado de preñez como a los lugares queridos de su patria
“soy el puerto acedado en rojo” […] “soy el baluarte cerca del océano”. En el
último poema de esta sección la voz es de toda la región:
y yo
me tendí sobre el alba
mojados los muslos y con mi caballera de ríos
me tendí sobre el alba
mojados los muslos y con mi caballera de ríos
Aquí es a la vez mujer y tierra. La ambigüedad que es
parte de la poesía está aquí en flor. La voz del poema es la mujer, es los
espacios; fluctúa, se expande, o la tierra toma calidades de mujer o la mujer
se vuelve la tierra o bien la voz de la poeta habita alguna diosa. A mi
parecer, conviven estas lecturas y más en estos poemas trepidantes.
Pensando nuevamente en aquel círculo íntimo al que se
refirió antes, esta autocontemplación y el uso de la metáfora para describirse
es casi una reacción común entre las mujeres embarazadas que de repente sufren
un cambio en su mismo físico que tienen que absorber, entender y expresar. Lo
universal que es el embarazo se combina aquí con elementos de la cultura teenek
que enraízan estos sentimientos en la tierra, en los cambios de estación, en
los elementos básicos del mundo, el océano, el cultivo, la sierra y el bosque,
pero aquí, aunque los elementos son básicos la poesía no es sencilla, incluye
palabras no comunes, y una lírica adepta, magistral.
Abordando un tema muchas veces trillado, el del amor
entre madre e hijo, el tono de las piezas y el uso de estos elementos hace a
estos poemas algo nuevo.
Hay versos exhilarantes:
¡ah! quien se bebiera un trago
de luz
cuando el Golfo despierta
cuando el Golfo despierta
Lo bello aquí es que sus poemas no caen en alegoría,
siguen en ese espacio metafórico en donde los significados se deslizan, vibran,
se transmutan y se prestan a una multiplicidad de lecturas, asegurando así que
los textos de Vera Guerra serán duraderos.
No es una poesía
declaratoria sino intimista, de alguien pensando para sí o hablando a un hijo
que todavía no entiende las palabras. Las canciones de cuna son tanto para quienes
las cantan como para los niños que las escuchan y este libro que se
subtitula Canciones al hijo del viento en varias
secciones es el diálogo amoroso entre una madre y su bebé, el que define y
descubre una circunstancia alumbrada, preciosa, un enlace que enaltece tanto a
uno como al otro, no por artificio, sino porque esos íntimos hilos que unen a
un ser con otro mejoran a los dos.
Nos permite entrar en ese círculo casi sagrado y
experimentar algo que quizá no lo hayamos pasado o, para quienes son madres,
recordar nuestros propios años gestativos y maternales.
La experiencia de tener un hijo, aunque es algo que ha
existido desde que hubo vida, es para cada madre, al sentirla en su ser, una
vivencia completamente insólita, desconocida. Vera Guerra logra que sintamos lo
novedoso de esta situación, que lo confrontemos con los ojos despejados, pero
al usar elementos milenarios nos tranquiliza asegurándonos de que otras han
pasado ese camino, que es común y no tendrá un final lamentable. A medida que
avanza el libro el hijo va creciendo, es luego capaz de hacer cosas que solo
pueden hacer los niños mayores, así sentimos que avanza el tiempo y que la
relación va cambiando.
Vera Guerra no solo recupera las imágenes de la cultura
teenek, hace que tomen primacía. Esta cultura que sigue vigente en toda la
región de la Huasteca, incluso en los sitios urbanos, no siempre ha sido
amplificado por los medios de comunicación, residiendo en su plenitud más bien
en aquellas comunidades alejadas de las grandes ciudades. Vera Guerra abre un
poco una cultura que por siglos ha sido hermética. Asume lo que siempre ha sido
realmente suyo, pero le da vueltas y lo intensifica, agrega nuevos elementos a
la cultura original. Así como la cultura huasteca es multidimensional, no monolítica,
y varía de una región a otra, el trabajo de Vera Guerra añade a esta pluralidad
de voces una más, creando nuevos mitos que quizá se incluyan luego en el acervo
de lo relacionado con los teenek.
Hay una sección en el libro que es una especie de cuaderno
de viajes, de aquellas anotaciones que se toman durante un peregrinaje. Vera
Guerra rescata las impresiones de un lugar para ella nuevo pero que remonta a
la antigüedad, un espacio sagrado, y convierte estas impresiones en poemas.
Rara vez he tenido que
buscar en el diccionario tanta palabra. Siento que Vera Guerra recupera otra
lengua que se ha perdido, nombra objetos que yo desconocía y los hace revivir.
Nos puebla el mundo de objetos que jamás se debían haber olvidado: sayal, carcaj, baluarte, tepetate, zapupe, chiquihuites, ojite,
sideral, calamita, chalahuite, crisoberilo, talud. Y también tengo
la impresión de habitar junto con Vera Guerra un mundo de tiempo menos
apresurado, que fluye como un río tranquilo pero que también a veces ruge como
el mar.
Aún con lo alejados que son estos objetos de mi diario
existir, sus versos tiemblan con lo esencial que es lo universal, las mismas
venas de nuestros cuerpos:
río amniótico
salido de la noche
al derrumbarse las estrellas en mi mano
salido de la noche
al derrumbarse las estrellas en mi mano
canto mi verde regocijo
al rezumar tu boca
un llanto fresco
al rezumar tu boca
un llanto fresco
ansiosos médanos de leche
bordean el cauce de tu boca
bordean el cauce de tu boca
Siempre es difícil dialogar sobre la poesía, al describir
o explicar el poema se destruye su excelso contenido. Basta decir que este
poemario de Vera Guerra es algo que hay que leer, que no debe quedar, como
tanto de lo que se produce en la provincia mexicana, ni acallado ni olvidado.
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REBECCA BOWMAN [Los Ángeles, CA]. Ha publicado varios libros
incluyendo Los ciclos íntimos, La vida paralela, Horas de visita y Portentos de otros tiempos. Sus cuentos y
poemas se han incluido en antologías y sus obras de teatro se han puesto en
escena varias veces; escribe literatura infantil.
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