Literatura & Psicología

7.4.19

Sobre la prosa poética de Antonio Ramírez

por Rocío Ramírez Castillo
5 de abril de 2019

La piel morirá dentro del polvo (Ediciones Morgana, 2019). Antonio Ramírez. Monterrey.


"Polvo eres y en polvo te convertirás”, reza un versículo de la Biblia. Acaso será esta la premisa que el autor Antonio Ramírez toma en esta obra, un compendio de prosa poética titulado La piel morirá dentro del polvo.


A través de imágenes descriptivas, en momentos crudas y en ocasiones sublimes, así como poderosas metáforas, Antonio Ramírez explora la naturaleza humana, aquella que pocos se atreven a abordar, la que muestra los defectos, los miedos, y las más oscuras emociones como son la tristeza, el odio y la ira.  

Nos muestra a un ser que desde su nacimiento o, tal vez, incluso desde su concepción, fue víctima del rechazo de quienes debieron amarlo. Este ser, el yo lírico de esta prosa, es alguien que es escupido hacia el mundo de manera violenta, lejos del amor y la alegría que debiera suponer ese momento y abandonado a su suerte. Incluso pudiera entreverse que su misma concepción fue hecha a la fuerza y sin consentimiento.

Mi madre dijo: “en mi dolor tomó forma un pedazo de vida sin haberla deseado”.
Mi concepción fue vedada por mi padre con lágri­mas y alcohol sobre mis ojos cerosos. Y más tarde fui dado a vivir en sus réplicas de vida.

En el capítulo "Litio" vemos cómo esa primera infancia marca para siempre el destino y el carácter del yo lírico, pues experimenta una constante sensación de pérdida y abandono, de amor no correspondido.

Esa fractura del instante primigenio en la fecunda­ción aguardó silenciosa durante años, para exponerse a la ansiedad de la pérdida que retumba en los golpes al miocardio.

Este ser recorre los barrios bajos, calles, bares, hoteles, reconociendo en otros personajes sus propios rasgos, frustraciones y complejos. Hombres y mujeres que al igual que él, deambulan como fantasmas en el día a día, buscando llenar sus vacíos existenciales con relaciones carnales y medicamentos que adormecen sus emociones y sufrimientos.

Buscamos en amantes, amigos o novios.
Buscamos en cárceles, prostíbulos, psiquiátricos.
En el Prozac, la Risperidona y la Olanzapina.
Buscamos y somos todos esos personajes malogra­dos y estamos peor que ayer.

Las relaciones de este personaje, consigo mismo y con las demás personas, están marcadas de desolación e incertidumbre, el deseo de querer ser amado pero al mismo tiempo no sentirse digno de ello. Convive con la soledad, el dolor y el silencio, sorteando a la muerte y escapando de ella, pero guardando en el fondo el anhelo de ser alcanzado por ésta para dejar de sufrir.

Mi sangre viva y desintoxicada se centra en la bús­queda de mi amado y promulga, en la sal, curar la he­rida abierta, y en la dulzura sanar el alma bendita para llevarlo a nuestra alquimia en la rosa.

Todos estos recuerdos van cayendo, desprendiéndose de su piel como partículas de polvo. No hay una secuencia cronológica de eventos, sino que el libro debiera interpretarse como un todo, como un espejo roto donde cada fragmento refleja un pedazo de realidad.

Sin embargo, la última parte del libro nos muestra un lado más esperanzador, con imágenes que apuntan más a la naturaleza y al paraíso. Donde se encuentra la redención, la esperanza y el consuelo de Dios, y por qué no, donde también se encuentra la libertad de amar.

El pensamiento merodea el cuerpo imaginando la silueta envuelta en divinidad. Las manos permiten to­car y los sentidos comunican la ternura, la piel suave. Ambas manos están libres para amar.

La prosa de este libro está muy bien construida, usa todos los recursos del lenguaje para evocar sensaciones, para trasladarnos al universo del yo lírico, sus pensamientos, sus pasiones y los escenarios en los que se mueve. En algunos momentos se separa del mundo material para recorrer el mundo onírico y surreal. Los capítulos “Rosa” y “Preludio de Luz” nos muestran una conexión con la naturaleza, con la libertad y la posibilidad de amar, todo esto dibujado de manera exquisita a través de imágenes que evocan una paz por fin alcanzada.

Bosque protegido por pinos que se elevan hacia la luz celestial. La luna refleja lo cristalino del agua, como espejo que distingue la inmensidad radiante del cielo cubierto de estrellas.

Es una prosa introspectiva e íntima, que no basta con ser leída una sola vez, sino que en cada lectura el lector encontrará nuevas perspectivas que quizá en un principio hubiera pasado por alto, dándole un contraste diferente.








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