por Rocío Ramírez Castillo
5 de abril de 2019
"Polvo eres y en polvo te convertirás”, reza un versículo de la Biblia. Acaso será esta la premisa que el autor Antonio Ramírez toma en esta obra, un compendio de prosa poética titulado La piel morirá dentro del polvo.
A través de imágenes
descriptivas, en momentos crudas y en ocasiones sublimes, así como poderosas
metáforas, Antonio Ramírez explora la naturaleza humana, aquella que pocos se
atreven a abordar, la que muestra los defectos, los miedos, y las más oscuras
emociones como son la tristeza, el odio y la ira.
Nos muestra a un ser que
desde su nacimiento o, tal vez, incluso desde su concepción, fue víctima del
rechazo de quienes debieron amarlo. Este ser, el yo lírico de esta prosa, es
alguien que es escupido hacia el mundo de manera violenta, lejos del amor y la
alegría que debiera suponer ese momento y abandonado a su suerte. Incluso pudiera entreverse que
su misma concepción fue hecha a la fuerza y sin consentimiento.
Mi madre dijo: “en mi dolor tomó forma un pedazo de vida sin
haberla deseado”.
Mi concepción fue vedada por mi padre con lágrimas y alcohol
sobre mis ojos cerosos. Y más tarde fui dado a vivir en sus réplicas de vida.
En el capítulo "Litio" vemos
cómo esa primera infancia marca para siempre el destino y el carácter del yo
lírico, pues experimenta una constante sensación de pérdida y abandono, de amor
no correspondido.
Esa fractura del instante primigenio en la
fecundación aguardó silenciosa durante años, para exponerse a la ansiedad de
la pérdida que retumba en los golpes al miocardio.
Este ser recorre
los barrios bajos, calles, bares, hoteles, reconociendo en otros personajes sus
propios rasgos, frustraciones y complejos. Hombres y mujeres que al igual que
él, deambulan como fantasmas en el día a día, buscando llenar sus vacíos
existenciales con relaciones carnales y medicamentos que adormecen sus
emociones y sufrimientos.
Buscamos
en amantes, amigos o novios.
Buscamos
en cárceles, prostíbulos, psiquiátricos.
En
el Prozac, la Risperidona y la Olanzapina.
Buscamos y somos todos esos
personajes malogrados y estamos peor que ayer.
Las relaciones de este personaje, consigo
mismo y con las demás personas, están marcadas de desolación e incertidumbre,
el deseo de querer ser amado pero al mismo tiempo no sentirse digno de ello.
Convive con la soledad, el dolor y el silencio, sorteando a la muerte y
escapando de ella, pero guardando en el fondo el anhelo de ser alcanzado por
ésta para dejar de sufrir.
Mi sangre viva y
desintoxicada se centra en la búsqueda de mi amado y promulga, en la sal,
curar la herida abierta, y en la dulzura sanar el alma bendita para llevarlo a
nuestra alquimia en la rosa.
Todos estos
recuerdos van cayendo, desprendiéndose de su piel como partículas de polvo. No
hay una secuencia cronológica de eventos, sino que el libro debiera
interpretarse como un todo, como un espejo roto donde cada fragmento refleja un
pedazo de realidad.
Sin embargo, la
última parte del libro nos muestra un lado más esperanzador, con imágenes que
apuntan más a la naturaleza y al paraíso. Donde se encuentra la redención, la
esperanza y el consuelo de Dios, y por qué no, donde también se encuentra la
libertad de amar.
El pensamiento merodea el
cuerpo imaginando la silueta envuelta en divinidad. Las manos permiten tocar y
los sentidos comunican la ternura, la piel suave. Ambas manos están libres para
amar.
La prosa de este
libro está muy bien construida, usa todos los recursos del lenguaje para evocar
sensaciones, para trasladarnos al universo del yo lírico, sus pensamientos, sus
pasiones y los escenarios en los que se mueve. En algunos momentos se separa
del mundo material para recorrer el mundo onírico y surreal. Los capítulos
“Rosa” y “Preludio de Luz” nos muestran una conexión con la naturaleza, con la
libertad y la posibilidad de amar, todo esto dibujado de manera exquisita a
través de imágenes que evocan una paz por fin alcanzada.
Bosque protegido por pinos
que se elevan hacia la luz celestial. La luna refleja lo cristalino del agua,
como espejo que distingue la inmensidad radiante del cielo cubierto de
estrellas.
Es una prosa
introspectiva e íntima, que no basta con ser leída una sola vez, sino que en
cada lectura el lector encontrará nuevas perspectivas que quizá en un principio
hubiera pasado por alto, dándole un contraste diferente.
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