aquel
niño que se hacía tatuajes con navajas de rasurar
me
regaló un día
un
cupón para soñar despierta
nadie
me
había levantado aún
del
suelo en una habitación desconocida
nadie
me había puesto la píldora en la lengua
para
dibujar flores de mármol en mi boca
ni
jugaban los fetos
ese
softbol paranormal en mi alacena
yo
era
una niñita que intentaba cubrirse los oídos
al
pasar desbocado el hombre rata
ese
irrespirable monstruo
jadeante
con
los pies hundidos en un par de zapatillas grises
y
entonces los muchachos
creían
posible escapar de su reflejo
meterse
las manos al bolsillo seco y extirparse el hambre
sin
saber
que
treinta años después
las
luces del semáforo
les
dictarían su suerte
como
ahora
la
lluvia burla el tragaluz y moja los cables de mi cuarto
el
pecíolo metálico descansa:
el
agua no se ha teñido de rojo
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