El silencio también puede ser una forma de opresión. Me niego a vivir en un sistema donde mi opinión es considerada una interrupción, donde debo negar mi tristeza para no parecer débil o para que no me culpen de victimizarme, donde si digo lo que pienso soy tachada de imprudente y de soberbia, donde debo sentarme y esperar callada mi turno para hablar solo porque el que tiene la palabra es físicamente más fuerte que yo o goza de un privilegio, donde me quieren obligar a desprenderme de mi papel de protectora de mis hijos y de protectora de mí misma.
El silencio es sabio cuando nace de la consideración, el amor y la empatía, nunca cuando es una cárcel para encerrarnos la lengua.
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