Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, viernes 9 de octubre de 2015.
Cuando
era niña decidí que la vida es un libro. Comencé a escribir en mi cabeza y lo
fui haciendo cada vez con más frecuencia. Pronto esa escritura mental buscó su
lugar en el papel y, ya en mi adolescencia, también en el teclado de una PC.
Cuando tenía unos trece años el mundo de afuera dejó de parecerme “real” y todo
lo que acontecía tenía significado solo como imagen de mi mundo interior. Al
despertar, mi casa no era una casa, sino una nave o un búnker en otro planeta.
Los profesores, mis compañeros de grupo, mis padres, todos a mi alrededor eran
personajes de mis historias. ¿Es así como nace un escritor?
No lo sé. Cada persona,
entre quienes nos dedicamos a este oficio, contará su propio argumento. Lo que
hasta ahora he visto es que, las más de las veces, esta es una pulsión que se
trae desde temprana edad aunque, en algunos casos, eclosione hasta la edad
adulta.
Siempre he defendido el
hecho de que la escritura creativa tiene efectos sanadores y, en general, es benéfica
para cualquier persona que sienta deseos de expresarse y, más aun, que todos
con disciplina y disposición pueden aprender a escribir creativamente. Sin
embargo, el auténtico escritor, lo que yo llamo el tocado por el halo poético
(si se me permite esta imagen subjetiva, que al cabo es mi opinión), es alguien
que literalmente no puede escapar de su necesidad de escribir. Esta pulsión lo
perseguirá en todos los lugares donde se encuentre, por todas las ciudades
donde camine; irrumpirá abruptamente en medio de los diálogos con sus vecinos,
tomará la forma de un gato blanco o de un automóvil roto o de una ventisca.
El que tiene vocación de
escritor sacará tiempo de debajo de las piedras y de entre los pliegues de la
ropa que plancha diariamente para vestir el uniforme del trabajo, ese que más
fácilmente da para comer, porque escribir libros a menudo es una tarea sin
recompensas materiales. Muchos terminaremos apostándole a tareas relacionadas
con el arte como la edición o los talleres, para obtener ingresos.
Si uno persiste tarde o
temprano la obra irá alzándose como un animal que reclama su territorio y que
no podremos mantener encarcelado. Aquellos que lo dejan, con un aire de
nostalgia, para dedicarse a otro oficio hacen bien, porque si pudieron
realmente dejarlo significa que no era lo suficientemente fuerte y, entonces,
¿para qué tratar de dedicarle la vida?
Están, también, aquellos
que creen poder dejarlo, que porque el trabajo, que porque los hijos, pero en
realidad, si la bestia tiene verdadera hambre, buscará primero a pequeños
mordiscos y luego a dentelladas, su lugar para echarse a correr y alcanzar las
palabras y comer acaso sin saciarse nunca.
Que hermoso y veridico pensar. Y cuando amas escribir nada te detiene a hacerlo. La mente está intranquila cuando no vierte en páginas sus pensamientos. Escribir alivia mis emociones y equilibra mis males fisicos(que bien, debo confesar ahora son demasiados). Hermoso tu pensar.
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