Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, jueves 11 de Julio de 2013.
Alguna
vez, cuando hablé sobre Carlos Acosta, dije que es un labrador de letras. Dije,
también, que es un artista de la memoria, uno de esos seres urgidos a escarbar
diariamente en todas las ciudades caminadas, a volver a refugiarse en todos los
abrazos, a besar las mismas yerbas del zarzo que limpiaron las fiebres de su
mocedad. Ahora, con su nuevo libro en mis manos, vuelvo a decirlo y añado, su
poesía es un pan cocido a fuego manso en el horno de la esperanza.
El zarzo de los pemoles es el título de
este volumen cuyas letras se me desmoronan entre los dedos. Carlos me lo
obsequió hace unas semanas, como me ha obsequiado gran parte de su obra, con la
calidez que se le sirve un plato de comida recién hecha a un caminante.
Las páginas se abren a guisa de los libros
sagrados, nos transportan de inmediato hacia el Popol Vuh de los quichés; hacia esas primeras pirámides olmecas que
celebraban la bonanza de los cultivos; hacia el dios Dhípak, cuyo cuerpo es
sustento de la humanidad, según la cosmogonía huasteca. Ese grano dorado que
desciende al vientre húmedo de la tierra para renacer convertido en mazorca, en
torno al cual se urde toda la antigua religión mesoamericana: el maíz.
“En el principio Mónico el panadero
bendijo el nixtamal” versa la primera línea del poemario. “En Tampemol aún no
amanecía”.
Tampemol, nombre teenek del pueblo hoy
llamado Antiguo Morelos (Tamaulipas), es el lugar del Origen, donde el poeta
vio la luz hace 59 años y al que sigue regresando para beber el néctar
milagroso de los recuerdos.
El Pemol se convierte aquí en una imagen
épica, un personaje vivo, un numen creador, ¿de qué?, de la vida –sus sabores,
texturas, aromas–, de los hombres, de la palabra misma.
En estos poemas de Acosta se cumplen
cabalmente las reflexiones del historiador Enrique Florescano: “La metáfora es
la expresión preferida del lenguaje religioso y poético […] la metáfora ha sido
el conducto idóneo para aproximarnos a la misteriosa sustancia de que están
hechos los dioses”.
El amanecer al que se refiere Carlos es,
también, el amanecer cósmico. Los objetos del mundo se tornan reales cuando se
les pronuncia. La pregunta está en el aire: “¿Debo nombrarte como se nombra a
los dioses? / Tu origen es mi origen Pemol”.
Nostalgia, búsqueda, ternura, soledad,
abrigo, sueño, el paisaje interior del hombre que escribe se hace uno con el de
la naturaleza:
eran buenos árboles
nunca aceptaron entre sus ramas plaga alguna
ni tuvieron la insensatez de hacer amistad con los
relámpagos
“Este libro –comenta Ausencio Martínez
Lucio, también poeta, paisano de Acosta–, pan de esperanza pasado por el horno,
está hecho del maíz amasado con el diálogo de aquel que se sabe a la deriva, al
árbitro impredecible del fonema”.
La edición es del Instituto Tamaulipeco
para la Cultura y las Artes, dentro de la colección Nuevo Siglo, 2012. El
lector que tenga a bien probarlo, morder la orilla de sus versos, se quedará
con este incurable sabor a tierra. Por lo pronto, la letra sembrada en mis ojos
renace sobre esta página, pues, como dijera Carlos “lo que se nombra no muere”.
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