En
octubre vi la nota de prensa a través de la red. No me encontraba por esos días
en el puerto (como tampoco me encuentro ahora) y no pude presenciar cuando Arturo Castillo Alva recibió, en una ceremonia encabezada por la alcaldesa
de Tampico, la medalla “José de Escandón”; sin embargo tuve presente el evento
como algo que pocas veces ocurre: el reconocimiento público de la trayectoria
de un poeta.
Aunque Poeta es la palabra que mejor lo
define, Arturo ha cultivado diversos géneros literarios: poesía, ensayo, crónica,
narrativa, dramaturgia; ignoro si en estos momentos ya ha concretado una novela
que traía entre manos.
Puedo decir, con orgullo, que, además del
placer que me ha dado la lectura de sus libros, sus palabras en ciertas breves
charlas y en la ocasional correspondencia por mail, me llenan siempre de la
calidez que brinda el afecto más sincero y del ánimo necesario para seguir en este
tren llamado literatura; “ánimo” por el simple hecho de compartir conmigo el
amor a las letras y por creer en mi pluma.
Definitivamente no es un escritor
“apresurado” –como el pulso de la época parece exigirle a las nuevas
generaciones. Él prefiere amasar lentamente –a lo largo de años, si es preciso–
la tinta y el silencio hasta lograr un texto sólido. En “Días de amor (y otros
olvidos)”, compendio de cuentos publicado en 2004, afirma que los ocho relatos
ahí reunidos son todos los que ha logrado concluir desde que se inició en la
escritura –con la exclusión del primero de ellos–, en el trayecto de casi tres
décadas.
Encuentro en la obra de Castillo Alva una
mezcla de mordacidad y ternura y, sobre todo, una profunda conciencia social
que se origina en sus experiencias vitales. En “Los días perdidos (y otras
pérdidas)”, volumen de ensayo y crónica editado en 2002, apunta: “Dos sucesos
terribles estremecieron mi infancia: el descubrimiento de que el dinero era
necesario y el casi simultáneo de que no lo teníamos. Ni en casa ni en el
barrio, que eran en esos años el límite de mi visión. (Tiempo después el
descubrimiento de que dios no existía y de que, aparentemente para muchos, era
tan necesario como el dinero iba también a estremecerme, pero nunca con la
fuerza de los dos primeros).”
Hace un par de meses, a propósito de una
breve encuesta que realicé entre colegas de oficio, le pregunté a Arturo cuál
creía que era el futuro de la poesía. Me respondió: “De la
poesía de los demás, no sé. De la mía, desaparecer”. Pareciera,
entonces, que el poeta escribe para el hoy, sin esperanzas de prevalencia. Sin
embargo, leo en el portal electrónico “Vive la cultura”, que durante el evento
en que le fue entregada la presea, Arturo explicó su oficio de escritor como
“la única manera de intentar un testimonio que nos sobreviviera”. Ante la
aparente contradicción me atrevo a decir que todo artista se debate entre
sentimientos de fugacidad y permanencia (lo cual en nuestro poeta es evidente
desde los títulos de sus obras en los que hay un juego semántico acerca del
tiempo, el rescate, la pérdida y el olvido); en el fondo, ésta es una
preocupación muy humana (aunque el artista, el filósofo y el científico tienen
más consciencia de ella).
Pensar en qué quedará de nosotros cuando se
nos consuma la vida nos produce una nostalgia anticipada. En palabras de Arturo
Castillo Alva: “Finalmente la nostalgia sólo es posible cuando se posee aún
cierta ternura y la ingenuidad suficiente para creer que el pasado fue un sitio
donde, a pesar de todo, pudo un día habitar la felicidad… o la certeza de un
futuro”.
Imagen de Arturo Castillo Alva tomada del portal Vive la cultura
Aquí debió aparecer un comentario, pero al parecer por algún error del sistema no se publicó, Anónimo me pedía que publicara poemas de Arturo Castillo para tener una referencia directa; aquí dejo una vieja entrada de mi otro blog donde me acerco más a su obra, aparecen por ahí fragmentos de algunos poemas http://marisolvera.blogspot.mx/2009/08/el-escritor-y-su-mundo-un-acercamiento.html
ResponderEliminarArturo Castillo Alva es mi padre poético. Uno, que amé, que admiré, que sitié muy cerca de mi alma y de mi pluma. Después lo repudié, le di olvido, me hice huérfano de su figura reacia y olorosa a cigarros Delicados. Ahora, le hago un sitio entre Jaime Sabines, Ezra Pound, Eros Alessi y Xavier Villaurrutia. Padre, papá y pá: hombre amado, leíble, entrañable...
ResponderEliminar