Nunca
había visto morir a una mariposa, hasta esa mañana de abril. Caminaba cerca de
la Plaza de Armas de Altamira, cuando una de color amarillo brillante pasó
cerca de mí; volaba muy bajo y sus alas parecían demasiado juntas. Unos minutos
después se posó sobre mi brazo derecho, luego en mi mano. Se quedó quieta.
Saqué mi cámara y le tomé algunas fotografías. No volvería al aire. Con las
pequeñas patas fijas entre las porosidades de mis dedos el vistoso insecto se
fue poniendo rígido, sin vida.
¿Qué mejor símbolo de la fugacidad? De
niña me gustaba perseguir mariposas entre la hierba. Había leído que algunas
sólo viven un día. Un día para despertar, para romper el capullo, para surcar
los cielos, buscar a otro igual, germinar en nuevos vuelos y volver a la
tierra. Apenas logro imaginarlo.
A propósito del suceso que acabo de narrar,
en esa ocasión posteé una nota en mi facebook y la poeta Reneé Acosta me hizo
notar que éste es un tipo de escritura de la Naturaleza que yo debía traducir, un
mensaje cifrado, “lecturaleza”.
¿Qué significa la muerte de una mariposa
en mi mano? Entre todas las circunstancias posibles, ésta es muy singular.
Podría ser la señal de un cambio, una mudanza, ¿de qué?, de casa, de piel, de
rostro.
No faltará quien me diga que cuando uno quiere ver signos los va a encontrar en cualquier parte. O que, simplemente, uno le da vida a la profecía: el miedo o el anhelo nos hacen actuar de tal modo que nos dirigimos precisamente hacia aquello que esperamos. Pienso que, en efecto, esto sucede muchas veces. El ser humano es una criatura supersticiosa, el único animal que necesita del mito para sobrevivir. Sin embargo, y en contra de la corriente fría del siglo, sigo hallando un lugar para el misterio. Creo, al estilo de Hamlet, que existen más cosas en el cielo y en la tierra de las que sueña nuestra filosofía.
Vivimos, de hecho, en una época de
mudanzas continuas. Dos características de la posmodernidad son la falta de un
lugar estable para vivir y el aumento de familias ensambladas, o bien, hogares
formados por un solo progenitor. Cada vez se vuelven menos frecuentes los casos
en que los hijos quieren permanecer por
siempre en su terruño y continuar las tradiciones familiares; aquel viejo juramento
de “hasta que la muerte los separe” se hace un protocolo que ya no tiene la
carga semántica que tuvo para nuestros padres o abuelos. La tecnología crea la
posibilidad de trabajar prácticamente en cualquier sitio del mundo; moverse
entre ciudades, países o continentes se hace cotidiano.
De acuerdo con el psicoanalista Erik Erikson, entre los 40 y 60 años aproximadamente, las personas se encuentran
en el estadio Generatividad Vs Estancamiento, es decir, se preocupan por ser productivos y dejar un legado a las nuevas generaciones. Se manifiesta más que nunca la necesidad de ser necesitados. Sin embargo, en la actualidad, a muchos de quienes atraviesan esta etapa les resulta difícil comprender las
motivaciones, intereses y hasta el lenguaje de los jóvenes, ya que estos nacieron en un mundo radicalmente distinto al de la juventud de aquellos.
A
propósito de mudanzas, hace tiempo me puse a contar el número de casas donde he
vivido (contando la de mis padres, donde pasé mi niñez y adolescencia, y las
pensiones en mis épocas de estudiante), en total han sido doce; a mi hijo, que
tiene sólo cuatro años, le han tocado cuatro. “Pues sí que has sido una chica
posmoderna” me dijo alguna vez la poeta Celeste Alba Iris, cuya obra está
plagada de referencias al tránsito y al cambio, como en estos
versos: “Desde mi balcón observé la mudanza y advertí lo que decidieron
llevarse consigo. / Sólo despojos y jirones entrañables”. No sólo el cambio de
habitación, sino de días, de hábitos, de edad: “Hemos de esperar tres años /
para el reencuentro / porque hoy termina febrero / con veintiocho días / y mañana
estrenaremos marzo”.
Por mi parte digo que, si estuviéramos
atentos a las señales que la Naturaleza nos hace llegar diariamente,
enriqueceríamos nuestra existencia. Cada día es una vida entera, ¿no lo crees?
Son este tipo de reflexiones sobre las circunstancias mínimas de la naturaleza, las que nos pueden llevar a acceder a certidumbres mayores...
ResponderEliminarGracias, Timbalaye, un abrazo grande hasta Venezuela
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