El
ser humano, de ninguna manera es el único animal que utiliza herramientas para
modificar su ambiente. Los simios, por ejemplo, y algunas aves también lo
hacen. Las hormigas son capaces de construir “ciudades” que incluyen campos de
cultivo, áreas para el cuidado de las crías y cámaras de aire para protegerse
de las inundaciones; incluso cuidan y “ordeñan” cierto tipo de larvas de otra
especie para obtener de ellas un fluido que les resulta agradable al gusto,
digamos, tienen su propio ganado.
Sin embargo todas las especies, a excepción
de la nuestra, viven centradas en la subsistencia diaria. Cuando hace un poco
más de diez mil años el simio desnudo, a través de la agricultura y de la
domesticación de otros animales, logró producir una buena cantidad de comida
por encima del mínimo de sobrevivencia, pudo liberar a varios individuos para realizar
actividades que no estaban directamente relacionadas con la obtención de alimento
y refugio. Entonces surgieron los sacerdotes, los comerciantes, los soldados,
los educadores, los científicos. Y claro, los artistas, ¿qué oficio hay menos
utilitario en nuestra sociedad?
Existen pinturas rupestres y figuras
talladas en roca datadas en más de treinta mil años; podríamos argüir que la
necesidad estética existe en el ser humano desde épocas antiquísimas, pero estos
primeros atisbos de arte no se convirtieron en auténticas exploraciones de la
belleza de las formas y los colores hasta que hubo lugar para el ocio.
Este tiempo libre, para volverse fuente
de creatividad, debe estar equilibrado con un espíritu de lucha. Por ejemplo,
las primeras civilizaciones surgieron en zonas como Mesopotamia y Egipto, donde
las condiciones naturales eran lo suficientemente adversas para que existiera
una necesidad de cambio, pero no tanto como para frustrar los intentos de
cultivo y ganadería.
El investigador mexicano Rogelio Díaz
Guerrero apunta que es la clase media la que regularmente tiene mayor
orientación hacia el logro, porque está situada en ese punto intermedio donde
se tiene suficiente necesidad de mejorar la situación de vida y, al mismo
tiempo, cuenta con los recursos para ir generando modificaciones. La pobreza
extrema difícilmente deja tiempo a las personas para la filosofía, la ciencia o
el arte (aunque, irónicamente, no falten ejemplos de científicos y artistas
hechos en estas circunstancias); la clase alta, por otro lado, no sentirá la
urgencia del cambio.
¿Y el arte, va dirigido a cambiar la
situación de vida como la tecnología? Ciertamente no, en un sentido pragmático,
pero sí modifica, altera, mueve nuestro ambiente y, sobre todo, nuestro ser
interno.
La creatividad no sólo se aplica a las
ciencias o a las artes, sino a nuestra vida cotidiana y al ejercicio de nuestro
trabajo. El psicoanalista estadounidense, de origen alemán, Erik Erikson
recomendaba a los jóvenes no tomarse con tanta prisa la elección de una carrera
o de un status quo, sino darse tiempo para “pensar”. Sugería especialmente el
viaje como forma de descubrir la identidad. Él mismo, antes de ser un
reconocido investigado de la naturaleza humana y de desarrollar su teoría
psicosocial, se dedicó a tomar clases de arte y vagabundear por Europa,
durmiendo a menudo bajo los puentes.
Paradójicamente vivimos en una sociedad
de consumo en la que abunda el ocio y no se ve tanta creatividad como cabría
esperar. Hace falta algo que nos
equilibre el espíritu de lucha y que, los hombres y mujeres talentosos
tengan espacios libres, tiempo para perder el tiempo.
Luego entonces: el trabajo y el ocio son relativos.
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