Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Miércoles 3 de julio de 2012.
Al
escuchar el nombre de los Estados Unidos de América solemos pensar en las
luchas de los inmigrantes, en el resplandor de Las Vegas, en el glamur de
Hollywood, en muchas cosas, pero nunca (o casi nunca) pensamos en ese mundo
antiguo, mítico, que subyace a lo resplandores de esta nación: el universo
indígena, lo que permanece de aquellos que, palmo a palmo, caminaron hace
siglos por esta vasta región llamada Aridoamérica; su lenguaje, sus ritos, su
arte.
Nunca he estado allá, es cierto, por lo
que hablo desde mi piel y mi trinchera, sin embargo, tengo en mis manos un
pasadizo rico en símbolos que me permite acercarme a los descendientes de estas
razas originales, un instrumento poderoso y sensible a través del cual me llega
su voz como legión de cantos: la poesía.
Qué clase de expresiones emiten en un país,
ícono de la globalización, quienes son en nuestro imaginario colectivo
cuidadores de la tierra, de la sabiduría hermanada a la naturaleza. Una de las respuestas
se encuentra en el libro En esta roja nación de sangre, poesía indígena
estadounidense contemporánea (CONACULTA / FONCA / La cabra ediciones, 2011).
Este volumen, selección y traducción de
Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez, reúne una muestra significativa
de la obra de catorce poetas indígenas estadounidenses de distinto origen: osage,
cherokee, acoma, chickasaw, ojibwe, creek, huron, metis, esselen, chumash,
sioux, mohawk, iñupiaq y diné.
Desde el primer hasta el último verso,
esta constelación de poemas golpea los sentidos, derrumba de un solo tajo la
imagen de la próspera nación donde se cumplen todos los sueños para adentrarnos
en un espacio íntimo, en el que se agita un ramaje de árboles, rumia el bisonte
y los ancianos se sientan a recrear su historia. Los poetas no niegan el orbe
globalizado para aferrarse a su pasado, antes se adaptan a él, comenzando por
la lengua; apunta Janet McAdams en el prólogo: “El uso del idioma de los colonizadores
para la búsqueda de la descolonización”.
Pero hay una re-invención del mito, una
mirada “inversa” a la del colonizador que nos recuerda la “visión de los
vencidos” de nuestros pueblos en Mesoamérica, y, muy a menudo, un sentido del
humor en lo tocante a los estereotipos culturales, como en “Kemo sabe”, de la
poeta cherokee, Diane Glancy:
En mi sueño agarro al blanco,
le doy bofetadas
hasta que me quiere.
Lo ato al hogar,
le quito la tierra & los
bisontes.
Le pongo otras palabras en la boca,
palabras que no entiende.
“Los escritores nativos estadounidenses –afirma
McAdams– no sólo usan la poesía para entender el pasado, sino para reproducir y
vivificar la cultura, para construir el futuro”.
Y aunque las traducciones nos puedan dejar
al margen de ciertos ritmos, ciertos juegos del lenguaje, la magia subsiste
para entregarnos la belleza del poema. Como ejemplo, éste de Linda Hogan, poeta
chickasaw, del cual ha sido tomado el título de la antología:
El rojo es la casa humana
a donde regreso de noche
nadando en la cueva
de la piel
que recuerda los bisontes.
En esta redonda nación
de sangre
nos quemamos todos.
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