Recuerdo, hace cinco años, cuando era editora de la revista independiente Anábasis, que tenía un costo de recuperación de diez pesos, un lector dijo que las revistas de arte deberían regalarse. Esta parece ser una idea común: el arte es gratis porque hacerlo no cuesta nada.
Si bien, puede sonar romántico el hecho de que la belleza no tiene precio, en la vida real el artista (llámese pintor, escritor, teatrista, etcétera) es un ser humano común, que invierte tiempo y recursos en su preparación (y en la creación de sus obras) como cualquier profesionista.
Centrémonos en el escritor, concretamente el poeta. ¿Qué clase de “producto” es el que puede ofrecerle a la sociedad? Recuerdo vagamente, de hace algunos años, los comentarios de unos señores que serían jurados en un concurso estudiantil de poesía y de disfraces. El premio para el mejor disfraz venía siendo algo así como el doble de lo que le correspondía al de poesía. El criterio era que “el muchacho que se va a disfrazar gasta en tela, pegamentos, hilos, todos sus materiales; el que va a escribir poemas pues nomás se sienta y ya”.
La mayoría de las personas no saben (ni tendrían por qué saberlo) la cantidad de horas que el escritor invierte investigando, leyendo y corrigiendo textos; así como yo, por ejemplo, no tengo idea de lo que implica ser piloto aviador o cardiólogo. Sin embargo, si al presentarme ante alguien le digo que soy cardióloga, de inmediato me gano su respeto. Y si manejo un avión, me gano además su admiración por desempeñarme en un oficio considerado riesgoso y “emocionante”. Si se me ocurre decir que soy poeta, es probable que, después de una mirada de extrañamiento venga algún comentario como: “ah, sí, a mí también me gusta hacer poesías”, o “fíjate que mi sobrino también, hasta tiene un blog” o “ah, bueno, pero en qué trabajas”.
Ser poeta, claro, no es un oficio “formal”, y regularmente no da para comer (aunque bien alimente el espíritu). Ahora, uno de los riesgos de nuestra época es que habrá quien se sienta escritor por el simple hecho de tener un blog y sacar en Facebook su página de autor (muchos hay que se autopromueven saturando los muros con sus textos). Esto no desvaloriza, por supuesto, el trabajo de quienes sí se toman en serio el oficio de la escritura y utilizan (como debe ser) las herramientas tecnológicas para difundir su obra. Finalmente, la obra hablará por sí misma y el tiempo acomodará las cosas en su sitio.
El producto que ofrece el poeta es algo abstracto: palabras, pensamientos, imágenes. Me resulta difícil imaginar de qué manera alguien podría certificarse como poeta; pero esto, precisamente, podría resultar necesario en una época en la que somos tantos y en la que el artista necesita, también, cierto grado de seguridad social y económica.
Menciona la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en 1980, en su Recomendación relativa a la Condición del Artista, que “el artista desempeña un papel importante en la vida y la evolución de las sociedades y que debería tener la posibilidad de contribuir a su desarrollo y de ejercer sus responsabilidades en igualdad de condiciones con todos los demás ciudadanos, preservando al mismo tiempo su inspiración creadora y su libertad de expresión”. Más de treinta años después, al margen de que desempeñemos otros oficios para ganarnos la vida, seguimos apelando porque la labor artística sea sopesada en su justo valor.
En una mesa de discusión, le escuché algo a Lorena Ventura que me pareció muy lúcido, parafraseo: Pendirle el fin práctico (como se entiende el pragmatismo en nuestra sociedad) a la poesía, es como pedirle un objetivo poético a la medicina, por ejemplo. O algo así. Un saludo, Marisol.
ResponderEliminarTienes razón en lo que cuentas, Marisol. No es una tarea fácil escribir poesía, por mal hecha que esté.
ResponderEliminarEn cuanto a los certámenes o concursos literarios, les falta verdadera transparencia, porque por norma general los premios se adjudican a dedo. Pero bueno, la corrupción está en todos los ámbitos de la sociedad, por desgracia.
Saludos desde Europa.
José