Decía la célebre psicoanalista Anna Freud que –cito de memoria– hay que sacrificar una parte de la espontaneidad de los niños a cambio de su disciplina. Esto me lleva a reflexionar que la imaginación del niño pequeño –la cual no puede existir sin libertad para que vuele el pensamiento– en buena parte ha de ceder su sitio a las reglas.
En su libro Introducción al Psicoanálisis para educadores, dice Anna Freud: “El objetivo más general de la educación es hacer del niño un hombre que no se diferencie del mundo adulto que lo rodea. De este modo también queda sentado el punto de partida de la educación: obra dondequiera el niño difiere del adulto, es decir, en la modalidad infantil”.
Visto de esta forma pareciera que “educar” consiste en derrocar la infancia. Sin embargo, este menoscabo de la espontaneidad permite la convivencia civilizada entre los seres humanos. Es necesario aplacar ciertos impulsos –de acuerdo a la psicoanalista– como la crueldad primitiva que lleva a los niños, por ejemplo, a arrancarle las alas a un escarabajo, o el gusto por placeres escatológicos.
Resulta difícil hallar esa línea equilibrada que permitiría al niño adaptarse a los requerimientos básicos de la sociedad sin perder su capacidad de asombro. Los científicos y los artistas –de allí la semejanza entre ambos– conservan siempre su curiosidad natural por el mundo.
“Nacemos científicos –afirma el físico teórico Michio Kaku–, cuando nacemos nos preguntamos que pasa ahí afuera. Comenzamos por preguntarnos del Sol, la Luna, las estrellas. Qué hace a los océanos y al clima. Nacemos científicos, y luego algo pasa. Lo que tenemos son los años peligrosos. Los años peligrosos son la escuela primaria y secundaria; ahí es cuando literalmente aplastan todo esto”. Este aplastamiento de la curiosidad ocurre, en palabras de Kaku, porque “pensamos que la memorización es ciencia”.
Reflexionemos un poco sobre el valor de la imaginación. Contrario al mito que todavía se difunde entre nuestros profesores, en tiempos de Colón ya se sabía –y desde hacía mucho– que la Tierra tenía forma esférica. Incluso había un libro muy famoso en esa época llamado De sphaera mundi (Sobre la esfera del mundo), de Sacro Bosco; sin duda el libro de texto que más tiempo ha sido estudiado en las escuelas: estuvo vigente quinientos años. Pero, el proceso en que las masas asimilaran conscientemente que vivían en un planeta esférico (y no en una tierra plana) tomó siglos. Así, en nuestros días, aunque tenemos ya un rato de conocer la física de Einstein, la mayoría sigue considerando en su vida diaria que vive en un universo plano.
Si la educación ha de centrarse en transformar las pulsiones en formas pacíficas de convivencia, no debe ser un látigo para renunciar a los placeres, ni para desterrar de la mente el sentido de búsqueda individual (el cual, en sí, viene siendo una voluptuosidad). Ahora se habla del Sistema de competencias y de desarrollar los talentos personales, pero si los encargados de educar (padres y maestros, sociedad incluida) carecemos de imaginación, sólo crearemos autómatas.
Interesar a los chicos en la ciencia y en el arte no es tan difícil como quieren hacerlo ver algunos. Porque el niño es, precisamente, un artista y un científico natural que a menudo tiene mucho que enseñarnos a los adultos.
Fotografía: mvg
Me encanta el diseño de tu blog, me encanta el color rosa... y más como llevas la maternidad.... Me encanta la foto del fondo...
ResponderEliminarCoincido con Ana Freud.... si las sociedades permitiéramos potenciar toooodo el talento de los niños, nuestras sociedades serían otras muy diferentes, seguro mas libres, seguro con menos conflictos y mas amor para dar, pero también con la convicción de saber recibir. Dura tarea la que tenemos las madres...antes que los educadores y maestros, nosotras! Saludos Marisol y gracias por compartir el texto :)
ResponderEliminar