La divulgación de las expresiones orientales en occidente –de las cuales, por ejemplo, el manga viene siendo muy popular entre los jóvenes– ha necesitado un largo proceso. Podemos mencionar la obra de Toulouse-Lautrec en Francia –en las postrimerías del siglo XIX–, influida por las estampas japonesas. En México, no es posible soslayar los ideogramas de José Juan Tablada, presentes en libros como Li po y otros poemas y Un día… Poemas sintéticos (felizmente podemos encontrarlos en ediciones facsimilares de CONACULTA). No han faltado otros, como Octavio Paz, seducidos en algún momento por la estética de Oriente.
Pero, ¿qué es lo oriental?, ¿un perfume?, ¿un haiku?, ¿un rugir de la tierra?
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Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami, es un libro que va más allá de las clasificaciones. Habla del cuerpo, lo que significa poseer un cuerpo, ser un cuerpo. Es, también, un libro sobre los sueños. Más bien, sobre aquello que “despierta” cuando dormimos.
Lo que denominamos realidad, el orbe cotidiano regido por la racionalidad, es un reflejo –quizá una sombra– de otro mundo que subyace a la consciencia.
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Una llamada telefónica inicia la novela. Una mujer le pide al señor Okada que le conceda diez minutos. Volverá a llamar desnuda; pubis húmedo, piernas flexionadas.
El gato de la familia se irá de pronto. La esposa del señor Okada desaparecerá dejando tras de sí “un perfume acorde con una mañana de verano”. La casa quedará como un pellejo vacío. Vendrá una muchacha que anhela hacer una disección con un bisturí, no a un cadáver, sino a la muerte misma.
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En la noche, luego de haber leído la página 672, sueño que estoy en la casa del señor Okada hablando con Ushikawa, el mensajero de Noboru Wataya. Su corbata mal anudada y los botones a punto de desprenderse de la camisa llevan encima “la fatiga y el peso del mundo”.
Oigo un ric-ric en la copa de un árbol cercano. El inasible pájaro ha inyectado energía al universo. Pienso en un jardín y en una maldición. Una voz me dice: “No se debe oponer resistencia a la corriente”.
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Después de las 905 páginas de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (edición en colección Maxi en TusQuets México, 2010), sigo sin definir con precisión qué es lo Oriental.
He encontrado historias adentro de las historias. Mujeres que leen los signos del agua. Un hombre sordo que escucha a los espíritus. Un zoológico donde a los tigres les estallan las vísceras. Una madre que se llama Nutmeg (“nuez moscada”) y un hijo que se llama Cinnamon (“canela”).
No todas las cosas del mundo pueden ser explicadas.
Pienso en aquella frase del señor Okada: “Yo soy otra vez el yo que hay dentro de mi cuerpo y vuelvo a estar sentado en el fondo del profundo pozo”.
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