Literatura & Psicología

5.2.10

El norte de Veracruz, Titán que sueña

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 26 de enero de 2010.
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Cada vez que viajo por el norte de Veracruz tengo, durante ciertos momentos, esa sensación de que la vida, aún en estos tiempos, puede florecer con sencillez. Será porque al pasar el puente del río Pánuco, si llevo la ventanilla del coche abierta, el aire me da en el rostro como un presagio. Lo gris del pavimento contrasta con los reflejos de un sol perezoso, echado sobre el agua, mientras las gaviotas dibujan con sus alas puntiagudas un vuelo oblicuo, cerca de las lanchas de los pescadores. Esta suerte de esperanza me dura unos minutos, unas horas o el día entero, según sea de larga la travesía o según haya quien me espere, en una mesa, con un mole de pollo o un adobito.

Esta enorme región se extiende desde el río Pánuco y la frontera con Tamaulipas al norte, hasta la laguna de Tamiahua y la Sierra de Otontepec al sur y al poniente llega hasta los lomeríos de la Sierra Madre Oriental. En medio del verdor del paisaje, sin embargo, en la carretera que va por Pánuco hasta Tantoyuca, los baches son una tradición. Desde que tengo uso de razón jamás ha estado cabalmente bien.

Uno alcanza a ver los potreros donde tranquilamente pastan las reses; pequeños caseríos de otate entre los que se asoma, de vez en cuando, algún niño de mirada fugaz o una mujer con un cesto de ropa. A veces pasan hombres halando un asno con tercios de leña.

Pocas veces he ido por el rumbo de Ozuluama, donde Natura viste de verdes y rosas el camino. Si uno viaja por allí en primavera hallará bóvedas de flores entrelazadas, árboles queriéndose trepar a la carretera con sus brazos inmensos. Más allá, en el amplio territorio que va de una a otra de las dos carreteras principales de esta zona, hay una naturaleza un tanto agreste, solitaria, donde abundan los Izotes y los huizaches.

En realidad los pueblos son volcanes. En sus corazones, hierve un magma de ideas, sensaciones, palabras. Para nadie es un secreto el rezago cultural de las comunidades que dependen de estos municipios, las pocas oportunidades de los campesinos para llevar una vida digna y, sobre todo, su gran necesidad de educación. En varios aspectos subsiste una organización social semejante a la que había en la Nueva España: los mestizos viven en la urbe, mientras los indígenas son relegados en su mayoría al campo; las organizaciones religiosas se relacionan de manera estrecha con la entidad, y cientos de hombres y mujeres continúan viviendo, en esencia, en condiciones precarias. Vemos, por ejemplo, a los artesanos que ofrecen el fruto de sus manos, morrales y canastos, por unos cuantos pesos. Aunque nuestra Constitución habla de igualdad en las garantías individuales, en la práctica es otra cosa.

El campo, su capacidad de producir, es una pieza importante en esta época de depresión económica. Se requiere el despertar de una conciencia de verdadero sentido comunitario, aspecto que no está peleado con la individualidad, sino que lo complementa. Así, este Titán que sueña cerca de nosotros, hermano de Tamaulipas, podrá erguirse con todas sus fuerzas, ¿no será maravilloso verlo?

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