Literatura & Psicología

31.12.15

El canibalismo del tiempo

Publicado en La Razon, diciembre de 2015

Esto no es un simple buen deseo de temporada decembrina. Esto es una confesión, una forma de decir gracias y al mismo tiempo decir discúlpenme. Gracias porque a pesar de que, con los años, esta columna se ha vuelto itinerante (mudándose de días como un barco de puerto), no he dejado de ser acogida con hospitalidad en estas páginas ni de ser albergada entre rostros y manos. Con frecuencia recibo comentarios y referencias de gente bienintencionada que alguna frase valiosa se ha encontrado por aquí; discúlpenme porque a menudo el tiempo me ha atrapado en su salvaje canibalismo y no he aterrizado todos los temas que me pasan por la mente ni profundizado en otros tanto como quisiera.

Este ha sido, para mí al menos, un año de oscuridad, de aprendizaje duro, porque he perdido seres amados y he llorado ante revelaciones personales que me han mostrado, a veces, el lado menos agradable de la vida. Pero con todos estos reveses también he reafirmado la bendición de tener amigos, de tener familia y de tener lectores, claro, pues ¿no es más sabrosa la escritura cuando hay otro que me reverbera?

En mi oficio cotidiano me he acostumbrado a halar los bordes elásticos de los minutos, para que en ellos sea posible hacer libros, abrazar niños, escarbarme el alma, dibujar al carbón, caminar calles interminables y esperar paquetes que llegan desde países lejanos y fríos hasta mi puerta.

Pero he aquí que el señor Cronos suele ser despiadado, se devora a sí mismo, segundo a segundo, y cuando llegan esos instantes raros y mágicos en los que aparentemente saciado pausa sus pasos y yo me siento frente a la mesa, con la tranquilidad de los deberes cumplidos, con todas las deudas pagadas y con la casa en completa calma, ¡zaz!, se me rompe el cargador de mi laptop, se despierta a gritos un bebé, o arriban felices y cantarinos los virus a hacer de las suyas en mi nariz. Supongo que esta es la sal de mi existencia, la búsqueda continua de ese estado de perfecta quietud imposible.

Finalmente, dentro de esta madeja de horas me reconozco humana, simple, imperfecta, esquivando apenas las fauces del hambriento predador cósmico para escribir esta columna, cada vez con el anhelo de que la próxima ocasión lo haré con “más tiempo”.

Por ahora quiero hacer a un lado la tristeza de los malos días y la justificada ira por las injusticias, los duelos, las falsedades, no  porque dejen de importarme sino porque necesito darle también espacio a la esperanza, a la gratitud y a la belleza. 

Así sea, para ti y para mí.

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