Soy responsable y de mí
depende
cómo se me presente el destino.
Carl Gustav
Jung
El ser humano es un ser
moral. Es inherente a la naturaleza de la psique humana
tener una noción del bien y del mal. Nuestra civilización no hubiera sido
posible sin un sentido ético. Siguiendo mi lectura de los conflictos, desde
la psicología profunda, a menos que se trate de un auténtico
psicópata, alguien que actúa en contra de la consideración moral hacia otro ser
humano termina teniendo un malestar psíquico. Este malestar interior, a menudo
inconsciente, obstaculiza el flujo de la energía vital: el desarrollo del alma o psique.
Por ejemplo, alguien que acepta un cargo en una empresa sabiendo que lo hizo
por medios corruptos, puede adoptar el cinismo como defensa para no confrontar
sus emociones reales, pero en el fondo tendrá un malestar, una incomodidad que
se manifestará como enfermedad, carencia o incluso fracaso en alguna esfera de
su vida. Mientras ese individuo no confronte su malestar moral no podrá superar
sus conflictos; mientras justifique sus actos ("si no lo hago yo, lo
habría hecho otro", "el que no transa no avanza", "yo solo
aproveché lo que me ofrecieron"...) habrá un área de su vida cubierta por
oscuridad que, tarde o temprano, terminará arrasando con el resto de su persona.
Cuando hablo, entonces, de quitar
a nuestras emociones y a nosotros mismos las etiquetas de "bueno" o
"malo", no estoy diciendo que abandonemos la moralidad o la ética,
sino que tratemos de vivir en consciencia del ser.
Si mi sombra se compone de todo
aquello que no he hecho consciente sobre mí misma, al observarme y traerlo a la
consciencia eso contra lo cual antes luchaba se disuelve, deja de tener poder
sobre mí, deja de ser una fuerza que me invade y me destruye. Pero, si en lugar
de observarlo sin juicios ni etiquetas, me identifico con ello, no estaré
integrando eso a mi totalidad, sino convirtiéndome en esa parte antes negada:
volviéndome Mr Hyde.
Ahora, si yo me creo
"mejor" que mi vecino, si yo me pongo la etiqueta de
"buena" y al otro le pongo la etiqueta de "malo" estoy
frenando la autoobservación, no me permito explorar mis emociones reales que,
acaso, no encajen con mi ideal de bondad. Y eso que yo rechazo de mí misma es
precisamente lo que pasa a formar parte de mi sombra.
La emoción, en sí, no me vuelve
"una mala persona", la emoción, como tal, es una experiencia humana
contra la que puedo estar luchando inútilmente, con la que puedo identificarme
y reducirme o la cual puedo simplemente observar, aceptar y luego soltar.
Muchos seres humanos pueden
llegar a sentir el deseo de matar, por ejemplo, pero ahí, en el reconocimiento
de la emoción y la observación libre de juicios es donde tomamos la elección
consciente. Y si yo vivo en consciencia del ser no voy a matar a nadie.
¿QUIÉN ES EL PERVERSO?
Cuanto más vivos son mis
dolores, más excitantes parecen los placeres de mi perseguidor, son palabras que el Marquès de Sade coloca en boca de
la desdichada Justine. En efecto, el perverso (tal como nos deja ver el
catàlogo de personajes que el autor francés va desplegando a lo largo de esta y
otras de sus novelas) no tiene un freno moral ni una reacción de compasión
hacia el otro: no es un semejante sino un mero objeto de su satisfacción.
Puntualiza Francisco Traver
(psiquiatra que ha acuñado el término “neurocultura” para establecer una
conexión entre la neurobiología y la psicología social), quien a su vez retoma
los estudios de Welldon, que la perversión implica "un sistema de
pensamiento que no admite límite para mi deseo". Si no hay límite, el
deseo se retroalimenta a sí mismo: nunca se sacia.
Un perverso sería lo que en el
argot popular llamamos "degenerado" y conlleva un principio de la
contradicción: "Yo ya lo sé, pero..." e implica, siempre, la
participación del cuerpo: la ejecución del acto del deseo.
La doctora Estela V. Welldon,
experta en conducta sexual desviada y criminología, considera los siguientes
criterios operativos para el diagnóstico de la perversión:
1-Encapsulamiento, en lugar del
término de disociación (donde una parte de la mente ignora a la otra) ya que en
el caso del perverso hay un tránsito directo y continuo de la información,
"sabe y no sabe".
2- Compulsión: repetición del
acto.
3- Participación del cuerpo: No
se toma en cuenta, para este diagnóstico, la fantasía, sino el acto. Es aquí
donde se evidencia la falta de límite para el deseo.
4- Relación de objeto parcial: No
interesa el otro en su totalidad, sino una parte, por ejemplo, un trozo de
anatomía: las tetas, las nalgas, los pies...
5- Interferencia emocional: no
hay separación de emociones, “amor” y agresión van juntos.
6- Deshumanización del objeto: No
se ve al otro como un igual, sino como una cosa.
7- Sexualización.
8- La inscripción fija:
"Tiene que ser siempre así".
9- Hostilidad: Mayor hostilidad
que el promedio de la gente.
10- Necesidad de tener el control
total: Un rasgo que también presentan algunos neuróticos y psicóticos.
Lo anterior (guiada por el
anàlisis de Traver) me lleva a sintetizar algunas preguntas que, acaso, el
lector de este artículo también pudiera hacerse:
1) ¿Puede un hombre o una
mujer llegar a tener un rasgo de perversión sin que, por ello, se le pueda
asignar un diagnóstico de perverso?
Sí.
Alguien puede tener un rasgo o un
episodio perverso en su vida y no cubrir los criterios para ser considerado un
perverso.
2) ¿Puede alguien ser un
perverso por haber tenido una fantasía?
Desde la psiquiatría
contemporánea, no.
La fantasía suele surgir como un
mecanismo de la mente ante la frustración de los deseos instintivos. El sueño
es el territorio de la expresión de la fantasía. Jung vio en el sueño un
elemento compensatorio de la realidad y, además de una puerta al inconsciente
individual, una posibilidad de observar el inconsciente colectivo. En el
reconocimiento de los deseos y fantasías tenemos la oportunidad de integrar la
sombra.
Ya Freud nos señalaba la relación
entre la fantasía y el principio del placer. Contra los tabúes de su época
señaló como parte absolutamente normal del desarrollo psicosexual de todo ser
humano, el complejo edípico, donde el niño fantasea con la muerte del padre y
el incesto con la madre. Si hiciéramos el juicio de valor de este deseo con
etiquetas de "bueno" y "malo" estaríamos condenando el alma
(para usar, ahora, el término junguiano) y a la niñez entera. Dicho complejo se
resolverá cuando el niño logre asumirse como análogo el progenitor del mismo
sexo en vez de verlo como un rival.
3) ¿Puede un solo ser humano
participar en un acto histórico que contribuya a nuestro desarrollo social,
científico o artístico y ser al mismo tiempo un perverso?
Sí.
Un ejemplo contundente es el
Marqués de Sade, quien fue un revolucionario en su tiempo, participante de la
Ilustración francesa y, desde la psiquiatría contemporánea, un perverso. No es
tan fácil, pues, dividir nuestra historia en héroes y villanos, los buenos y
los malvados. El desarrollo de nuestra civilización es más complejo que eso. Y
nuestra personalidad, también.
4) Por último, ¿toda
perversión es sexual?
No.
Siguiendo con la descripción que
ofrece Traver, la perversión no es, propiamente, un concepto clínico sino un
metaconcepto que implica un “repudio”, “un sí, pero no…”.
El neurótico reprime su deseo
(“yo no sé lo que me pasa”), plantea un dilema y bloquea la solución (“yo no
puedo hacer esto y aquello tampoco”); el psicótico hace una interpretación
delirante, “rechaza” cualquier otra interpretación o prueba de realidad (“él
otro no sabe”), el psicótico no sabe lo que está haciendo; el perverso “sabe”,
pero aunque lo sabe se entrega al principio del placer. La perversión directamente
sexual sería la “Parafilia”.
Según explica Traver, la
perversión es una conceptualización que “incluye todos aquellos síntomas, sean
de la serie que sean, donde opera este principio de contradicción: yo ya lo sé,
pero…”. Volvemos, pues, a uno de los criterios planeados por Welldon para
considerar a alguien como un perverso: La participación del cuerpo.
LA RESPONSABILIDAD SOBRE LAS
ELECCIONES
Es en el umbral, donde se
reconoce la propia emoción, donde se hallará la oportunidad de disolverla. No
es negando el deseo o la emoción como se le integra, sino reconociéndolo sin
identificarse con ello. ¿Cómo reconozco la emoción sin identificarme con ella,
qué significa esto? Básicamente consiste en sentir la emoción. Lo común es que
cuando llega una emoción que no nos gusta (miedo, ira, tristeza…) intentemos
evadirla o bloquearla en vez de confrontarla. Pero, caso contrario, si nos
sumergimos en la emoción con los brazos abiertos, sin mediar límites, asumiendo
que esa ira o esa angustia es lo que me define, estaré dejando mi Yo auténtico
por un lado y me estaré dejando absorber por esa emoción que nunca terminará de
drenarse, que seguirá en un ciclo infinito retroalimentándose hasta la
aniquilación de mis fuerzas vitales o hasta la explosión, hacia fuera de mí.
¿Cuáles el peligro de no
reconocer la propia sombra? Al negar y no integrar la propia oscuridad en la
consciencia, seremos susceptibles a ser manipulados por las ideas más
extravagantes, contrarias a la lógica más simple: el genocidio, la guerra, la
hambruna, el llamado “efecto lucifer”. Por lo cual, aunque parezca una
paradoja, querer encajar en la racionalidad toda nuestra vida interior
terminará llevándonos a actuar de las maneras más irracionales y estúpidas.
La historia está plagada de
ejemplos de líderes religiosos, políticos y sociales que han encontrado en la
sombra colectiva el nutriente para gestar ideas perversas. Vemos con frecuencia
casos en los que nuestra organizada civilización sirve de marco para los actos
más aberrantes: las violaciones en masa; los atracos colectivos perpetrados no
solo por grupos criminales, sino, incluso, por personas que no tienen un
historial ni perfil delictivo; los linchamientos públicos… Esta es la
manifestación de la sombra de la que hablaba Jung.
Nuestra sociedad, me parece, vive
en permanente disonancia cognitiva, en la tensión constante por adaptar
nuestras creencias a argumentos completamente irracionales, desde la
justificación de una alimentación nociva hasta el mantenimiento de un sistema
violento. Y, aunque según los especialistas vivimos en la época más pacífica y
con mayor promedio de vida de toda la historia humana (si la comparamos, por
ejemplo, con el Medievo) la sombra colectiva se mantiene latente. O aprendemos
a integrarla o nos devorará.
No quiero,por supuesto, abonar a
una visión fatalista del futuro de la humanidad, sino apelar al autoanálisis y
a la reflexión para asumir la responsabilidad sobre nuestros actos.
Referencias:
Carl G. Jung, El hombre y sus símbolos.
Carl G. Jung. Recuerdos, sueños, pensamientos.
Estela V. Welldon, Jugar con dinamita. Una
comprensión psicoanalítica de las perversiones, la violencia y la criminalidad.
Francisco Traver Torras. Canal Neurociencias Neurocultura.
"Perversos, parafílicos y psicópatas".
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