Literatura & Psicología

26.1.19

La identificación con la sombra y la perversión

Soy responsable y de mí depende 
cómo se me presente el destino.
Carl Gustav Jung 


El ser humano es un ser moral. Es inherente a la naturaleza de la psique humana tener una noción del bien y del mal. Nuestra civilización no hubiera sido posible sin un sentido ético. Siguiendo mi lectura de los conflictos, desde la psicología profunda, a menos que se trate de un auténtico psicópata, alguien que actúa en contra de la consideración moral hacia otro ser humano termina teniendo un malestar psíquico. Este malestar interior, a menudo inconsciente, obstaculiza el flujo de la energía vital: el desarrollo del alma o psique. Por ejemplo, alguien que acepta un cargo en una empresa sabiendo que lo hizo por medios corruptos, puede adoptar el cinismo como defensa para no confrontar sus emociones reales, pero en el fondo tendrá un malestar, una incomodidad que se manifestará como enfermedad, carencia o incluso fracaso en alguna esfera de su vida. Mientras ese individuo no confronte su malestar moral no podrá superar sus conflictos; mientras justifique sus actos ("si no lo hago yo, lo habría hecho otro", "el que no transa no avanza", "yo solo aproveché lo que me ofrecieron"...) habrá un área de su vida cubierta por oscuridad que, tarde o temprano, terminará arrasando con el resto de su persona.
Cuando hablo, entonces, de quitar a nuestras emociones y a nosotros mismos las etiquetas de "bueno" o "malo", no estoy diciendo que abandonemos la moralidad o la ética, sino que tratemos de vivir en consciencia del ser.
Si mi sombra se compone de todo aquello que no he hecho consciente sobre mí misma, al observarme y traerlo a la consciencia eso contra lo cual antes luchaba se disuelve, deja de tener poder sobre mí, deja de ser una fuerza que me invade y me destruye. Pero, si en lugar de observarlo sin juicios ni etiquetas, me identifico con ello, no estaré integrando eso a mi totalidad, sino convirtiéndome en esa parte antes negada: volviéndome Mr Hyde.
Ahora, si yo me creo "mejor" que mi vecino, si yo me pongo la etiqueta de "buena" y al otro le pongo la etiqueta de "malo" estoy frenando la autoobservación, no me permito explorar mis emociones reales que, acaso, no encajen con mi ideal de bondad. Y eso que yo rechazo de mí misma es precisamente lo que pasa a formar parte de mi sombra.
La emoción, en sí, no me vuelve "una mala persona", la emoción, como tal, es una experiencia humana contra la que puedo estar luchando inútilmente, con la que puedo identificarme y reducirme o la cual puedo simplemente observar, aceptar y luego soltar.
Muchos seres humanos pueden llegar a sentir el deseo de matar, por ejemplo, pero ahí, en el reconocimiento de la emoción y la observación libre de juicios es donde tomamos la elección consciente. Y si yo vivo en consciencia del ser no voy a matar a nadie.


¿QUIÉN ES EL PERVERSO?

Cuanto más vivos son mis dolores, más excitantes parecen los placeres de mi perseguidor, son palabras que el Marquès de Sade coloca en boca de la desdichada Justine. En efecto, el perverso (tal como nos deja ver el catàlogo de personajes que el autor francés va desplegando a lo largo de esta y otras de sus novelas) no tiene un freno moral ni una reacción de compasión hacia el otro: no es un semejante sino un mero objeto de su satisfacción. 
Puntualiza Francisco Traver (psiquiatra que ha acuñado el término “neurocultura” para establecer una conexión entre la neurobiología y la psicología social), quien a su vez retoma los estudios de Welldon, que la perversión implica "un sistema de pensamiento que no admite límite para mi deseo". Si no hay límite, el deseo se retroalimenta a sí mismo: nunca se sacia.
Un perverso sería lo que en el argot popular llamamos "degenerado" y conlleva un principio de la contradicción: "Yo ya lo sé, pero..." e implica, siempre, la participación del cuerpo: la ejecución del acto del deseo.
La doctora Estela V. Welldon, experta en conducta sexual desviada y criminología, considera los siguientes criterios operativos para el diagnóstico de la perversión:
1-Encapsulamiento, en lugar del término de disociación (donde una parte de la mente ignora a la otra) ya que en el caso del perverso hay un tránsito directo y continuo de la información, "sabe y no sabe".
2- Compulsión: repetición del acto.
3- Participación del cuerpo: No se toma en cuenta, para este diagnóstico, la fantasía, sino el acto. Es aquí donde se evidencia la falta de límite para el deseo.
4- Relación de objeto parcial: No interesa el otro en su totalidad, sino una parte, por ejemplo, un trozo de anatomía: las tetas, las nalgas, los pies...
5- Interferencia emocional: no hay separación de emociones, “amor” y agresión van juntos.
6- Deshumanización del objeto: No se ve al otro como un igual, sino como una cosa.
7- Sexualización.
8- La inscripción fija: "Tiene que ser siempre así".
9- Hostilidad: Mayor hostilidad que el promedio de la gente.
10- Necesidad de tener el control total: Un rasgo que también presentan algunos neuróticos y psicóticos.

Lo anterior (guiada por el anàlisis de Traver) me lleva a sintetizar algunas preguntas que, acaso, el lector de este artículo también pudiera hacerse:

1) ¿Puede un hombre o una mujer llegar a tener un rasgo de perversión sin que, por ello, se le pueda asignar un diagnóstico de perverso?
Sí.
Alguien puede tener un rasgo o un episodio perverso en su vida y no cubrir los criterios para ser considerado un perverso.

2) ¿Puede alguien ser un perverso por haber tenido una fantasía?
Desde la psiquiatría contemporánea, no.
La fantasía suele surgir como un mecanismo de la mente ante la frustración de los deseos instintivos. El sueño es el territorio de la expresión de la fantasía. Jung vio en el sueño un elemento compensatorio de la realidad y, además de una puerta al inconsciente individual, una posibilidad de observar el inconsciente colectivo. En el reconocimiento de los deseos y fantasías tenemos la oportunidad de integrar la sombra.
Ya Freud nos señalaba la relación entre la fantasía y el principio del placer. Contra los tabúes de su época señaló como parte absolutamente normal del desarrollo psicosexual de todo ser humano, el complejo edípico, donde el niño fantasea con la muerte del padre y el incesto con la madre. Si hiciéramos el juicio de valor de este deseo con etiquetas de "bueno" y "malo" estaríamos condenando el alma (para usar, ahora, el término junguiano) y a la niñez entera. Dicho complejo se resolverá cuando el niño logre asumirse como análogo el progenitor del mismo sexo en vez de verlo como un rival.

3) ¿Puede un solo ser humano participar en un acto histórico que contribuya a nuestro desarrollo social, científico o artístico y ser al mismo tiempo un perverso?
Sí.
Un ejemplo contundente es el Marqués de Sade, quien fue un revolucionario en su tiempo, participante de la Ilustración francesa y, desde la psiquiatría contemporánea, un perverso. No es tan fácil, pues, dividir nuestra historia en héroes y villanos, los buenos y los malvados. El desarrollo de nuestra civilización es más complejo que eso. Y nuestra personalidad, también.

4) Por último, ¿toda perversión es sexual?
No.
Siguiendo con la descripción que ofrece Traver, la perversión no es, propiamente, un concepto clínico sino un metaconcepto que implica un “repudio”, “un sí, pero no…”.
El neurótico reprime su deseo (“yo no sé lo que me pasa”), plantea un dilema y bloquea la solución (“yo no puedo hacer esto y aquello tampoco”); el psicótico hace una interpretación delirante, “rechaza” cualquier otra interpretación o prueba de realidad (“él otro no sabe”), el psicótico no sabe lo que está haciendo; el perverso “sabe”, pero aunque lo sabe se entrega al principio del placer. La perversión directamente sexual sería la “Parafilia”.
Según explica Traver, la perversión es una conceptualización que “incluye todos aquellos síntomas, sean de la serie que sean, donde opera este principio de contradicción: yo ya lo sé, pero…”. Volvemos, pues, a uno de los criterios planeados por Welldon para considerar a alguien como un perverso: La participación del cuerpo.


LA RESPONSABILIDAD SOBRE LAS ELECCIONES

Es en el umbral, donde se reconoce la propia emoción, donde se hallará la oportunidad de disolverla. No es negando el deseo o la emoción como se le integra, sino reconociéndolo sin identificarse con ello. ¿Cómo reconozco la emoción sin identificarme con ella, qué significa esto? Básicamente consiste en sentir la emoción. Lo común es que cuando llega una emoción que no nos gusta (miedo, ira, tristeza…) intentemos evadirla o bloquearla en vez de confrontarla. Pero, caso contrario, si nos sumergimos en la emoción con los brazos abiertos, sin mediar límites, asumiendo que esa ira o esa angustia es lo que me define, estaré dejando mi Yo auténtico por un lado y me estaré dejando absorber por esa emoción que nunca terminará de drenarse, que seguirá en un ciclo infinito retroalimentándose hasta la aniquilación de mis fuerzas vitales o hasta la explosión, hacia fuera de mí.
¿Cuáles el peligro de no reconocer la propia sombra? Al negar y no integrar la propia oscuridad en la consciencia, seremos susceptibles a ser manipulados por las ideas más extravagantes, contrarias a la lógica más simple: el genocidio, la guerra, la hambruna, el llamado “efecto lucifer”. Por lo cual, aunque parezca una paradoja, querer encajar en la racionalidad toda nuestra vida interior terminará llevándonos a actuar de las maneras más irracionales y estúpidas.
La historia está plagada de ejemplos de líderes religiosos, políticos y sociales que han encontrado en la sombra colectiva el nutriente para gestar ideas perversas. Vemos con frecuencia casos en los que nuestra organizada civilización sirve de marco para los actos más aberrantes: las violaciones en masa; los atracos colectivos perpetrados no solo por grupos criminales, sino, incluso, por personas que no tienen un historial ni perfil delictivo; los linchamientos públicos… Esta es la manifestación de la sombra de la que hablaba Jung.
Nuestra sociedad, me parece, vive en permanente disonancia cognitiva, en la tensión constante por adaptar nuestras creencias a argumentos completamente irracionales, desde la justificación de una alimentación nociva hasta el mantenimiento de un sistema violento. Y, aunque según los especialistas vivimos en la época más pacífica y con mayor promedio de vida de toda la historia humana (si la comparamos, por ejemplo, con el Medievo) la sombra colectiva se mantiene latente. O aprendemos a integrarla o nos devorará.
No quiero,por supuesto, abonar a una visión fatalista del futuro de la humanidad, sino apelar al autoanálisis y a la reflexión para asumir la responsabilidad sobre nuestros actos.

Ver mi otro artículo: El miedo a no ser buena

Referencias:

Carl G. Jung, El hombre y sus símbolos.
Carl G. Jung. Recuerdos, sueños, pensamientos.
Estela V. Welldon, Jugar con dinamitaUna comprensión psicoanalítica de las perversiones, la violencia y la criminalidad.

Francisco Traver Torras. Canal Neurociencias Neurocultura. "Perversos, parafílicos y psicópatas".

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