Literatura & Psicología

25.1.19

El miedo a no ser buena


Hay momentos en que, aun para el sereno ojo de la razón, el mundo 
de nuestra triste humanidad puede cobrar la apariencia del infierno, 
pero la imaginación del hombre no es Caratis para explorar 
con impunidad todas sus cavernas.
 Edgar Allan Poe



"¿Cuál es tu mayor temor?", alguna vez pregunté. "El mío -dije-, es no ser suficientemente buena". Luchaba todavía contra la fragilidad de mi alma, intentando demostrarle a esa niña flaca, apocada detrás de mi máscara, que "yo puedo con todo".

Hay gente que se cree auténtica, sí, porque "siempre actúa de la misma manera", en la casa, en el trabajo y en el mercado: "¿Ves?, no hay falsedad en mí, soy el mismo en todas partes". Siempre con una sonrisa, siempre con su "buenos días" en los labios, siempre coherente y racional... pero mucha de esa gente la verdad es que muestra un carácter invariable porque se duerme con la máscara puesta, se levanta con la máscara puesta. Ni ante sí misma es capaz de confesarse. Mira el espejo de soslayo, solo desde un ángulo donde se refleje mejor la luz que entra por la ventana, por el discreto resquicio que ha quedado entre la cortina y el cristal. 

Ya me había enseñado Hesse acerca de esa multiplicidad de rostros que habita a cada ser humano. Es ilusorio creer que uno está compuesto de un solo Yo. No es raro que este entendimiento llegara a ser tan profundo en él, dado su análisis y amistad con Jung. ¡Cuánto se sorprendería la gente al darse cuenta de que muchos de los pensamientos que ha creído tan únicos e individuales no han sido más que la expresión de un arquetipo!, una voz colectiva hablando desde una era primitiva, repitiéndose, cíclicamente en la cabeza civilizada

Yo conocía, claro, esa frase del psiquiatra suizo: "Prefiero ser un individuo completo antes que una persona buena", pero no la entendía sino en un plano Intelectual. Meramente racional. Y (ya nos advertía el mismo Jung) no podemos abandonarnos a la ilusión de la racionalidad, antes hay que dejar fluir la energía del inconsciente, la cual es irracional y atemporal.
Aquello que yo no creo ser, aquello a lo que más me resisto, aquello que se manifiesta en ira o en burla, que subyace (inaceptable) a la consciencia es mi Sombra. La multiplicidad de voces que habitan el inconsciente, si no pueden expresarse de manera libre y creativa, se comportarán como personalidades independientes que tomarán por asalto a quien ingenuamente ha querido mantenerlas a raya dentro de su racionalidad. 

¿Qué me hace luchar contra mí misma?, la sombra. ¿Qué me hace aceptar vínculos y relaciones con personas que dañan mi integridad?, la sombra. ¿Qué me hace sabotear mis propias oportunidades de desarrollo y mis sueños más íntimos? La sombra. ¿Qué me hace juzgar a los demás desde un pedestal de superioridad moral? La sombra. ¿Qué me hace explotar mi cuerpo y mi mente hasta sus límites para terminar la tarea pendiente, para "no quedar mal con nadie", para no perdonarme ni el mínimo error? La sombra. 

Mi sombra individual danza con esa otra, colectiva, a manera de Caribdis que todo lo engulle frenética. Negar su existencia y sus efectos en la sociedad resulta tan desastroso como un maremoto. La energía del inconsciente es la fuerza misma de la Naturaleza. 

No todo lo que conforma la sombra es malo, perverso u oscuro; hay en ella, también, potenciales insospechados, talentos que nos hemos negado a desarrollar, la expresión más alta de nuestro destino, no desde la acepción de "inevitable" que encontramos en la tragedia griega sino como aquello que podemos llegar a ser. Lo contrario a la expresión del destino es la enfermedad o un malestar interno que no se alivia con nada.

No es negando lo que está en nuestro interior como lograremos disolverlo. No es luchando contra tu mano izquierda como lograrás ser un individuo completo.

Luego, una vez observada la propia sombra, vendrá esa otra parte del proceso, no menos difícil: no identificarme con ella. No identificarme con nada, tampoco con mis logros e ideales. Si de pronto, por la razón que sea, desaparecen mis logros o fracaso en mis ideales, ¿qué queda de mí?, ¿cuál es mi esencia? 

Esa es la gran tarea de la integración. Quedarnos con la esencia. Quitarnos la etiqueta de buenos o de malos. Reconocer cada una de nuestras emociones como una experiencia humana. La congruencia, pues, ante mí misma no vendrá de haber adoptado la máscara de un ideal, invariable y rígida, sino de la aceptación de todo lo que hay en mi interior: fortaleza y fragilidad; alegría y tristeza; temores y anhelos. Aceptar una emoción no implica ceder ante el deseo o el miedo, lo que significa es reconocer que eso ha estado dentro de mí.

Desde hace un buen tiempo dejé de querer ser buena. Abracé el camino de la autoaceptación. Y confirmé que la naturaleza es bondadosa y salvaje a la vez, por eso los dioses en la antigûedad eran duales. Finalmente (siguiendo el pensamiento junguiano), toda mitología es una representación del drama del alma humana. 


Ver mi otro artículo: La identificación con la sombra y la perversión


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