La tierra de nadie, Galaxia Guerrero, Marginalia, 2017
No
nos dejes sin tus poemas me dijo la poeta. ¿Sabes qué se siente que una poeta
te pida poemas? Es como escuchar a la tierra pidiéndote semillas, una de esas
singularidades cuasi imposibles de
definir. Pero así somos a veces quienes amamos la poesía, un poco absurdos y
hambrientos. Y si somos mujeres, peor, acuérdate de aquel humanista del siglo
XVI: “la locura es mujer”. Yo creo que le faltó al buen Erasmo, como a muchos
les sigue faltando, entender que las mujeres no somos seres del todo
terrenales. ¿Acaso es locura tener alado el pensamiento?, o será que, igual que
en los tiempos de Poe, “todavía no se ha
resuelto la cuestión de si la locura es o no la forma más elevada de la inteligencia”.
Tengo
un libro en mis manos, o más bien, tengo un libro en mis ojos que es de Galaxia
y ella me ha dicho que los ojos pueden cerrarse
como ataúdes. Antes de sumergirme en la pulpa de cada poema saboreo la
cáscara que envuelve las letras. Despiertan la gula y debo decir que algunos
títulos por sí mismos ya cuentan algo, como “Mentiría si te dijera que nadie
puso un clavo en tu silla”, un poema por donde me encontraré al niño poeta
injuriando a la Belleza, renombrando el color de las vocales, ¡ah!, qué falta
hace renombrar el mundo ahora! Un poco antes he visto que “La poesía es como
los piojos”, porque “te chupa la sangre y da comezón. / Tener piojos puede ser
vergonzoso,/ pero tener poesía y piojos / es estar doblemente maldito”, lo cual
me recuerda a otra poeta admirada y querida, que firma como ggg: “para aquellos
cuya vida / es una sucesión / de desdichas sin término / los piojos constituyen
la única posibilidad / de una caricia redentora / (lástima que sea el piojo /
quien pague con su vida / el costo de esa redención)”. ¿Será, pues, que la
poesía nos redime con sus múltiples caricias ora afectuosas, ora repulsivas? ¿Y
es el poeta un ser desdichado?
(A
veces tengo la sospecha de que este siglo está inundado de poetas felices.)
La
desdicha sí, sí se encuentra en estas páginas, pero no las gobierna, antes va
entre los versos de Galaxia Guerrero, un tanto ebria, con lodo en las pestañas
y los pies rotos; entra a los bares veracruzanos acompañada de algún demonio o
de algún mesías en 3D, se sube a los camiones y duerme con hombres que acaso
fueron niños alguna vez. ¡Todos parecen reconocer su rostro, mas nadie se
atreve a llamarla! Ella, la poeta, ha recogido sus pasos, los ha envuelto en
humo de tabaco y nos ha dado a ti y a mí, una visión. ¿Te das cuenta? No sé tú,
yo no puedo leer este libro sin pensar en Blake, en esa imprenta infernal donde
el arriba y el abajo confluyen y todas las dimensiones juntas forman la
palabra, el signo. Entonces la poeta se sienta dentro de un cuadro postimpresionista,
hipnotizada por la noche, pero una noche ocurrida en la mente de un hombre, el
“loco rojo”, más de un siglo atrás: “hace tiempo que sólo hace eso, / porque
sólo sabe hacer eso, / sentarse en la silla a esperar un poema / mientras la
vida cae de rodillas rompiéndose los huesos”.
Al
igual que tú y que Galaxia, a menudo no sé muy bien de qué manera definirme,
tal vez por eso leemos poesía, porque andamos buscando algo que nos restituya
el nombre, que nos devuelva lo que no sabemos explicar, como si en algún lejano
entendimiento nos hubiese pertenecido. ¿Quién podría decírmelo?, solo atino a
repetir con la autora de este libro: “Mujer soy de pensamiento con alas”.
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