Ediciones Poetazos, 2014.
por María Besteiros
Canciones
de espinas, Marisol Vera Guerra
"La niña que hace canciones de
espinas" y nos las muestra, orgullosa, entre sus dedos sangrados. La niña
que es animal y nos lo escribe, porque solo desde esa inocencia primaria y
primera es posible contemplar a los ojos a la mujer salvaje que nos funda en
revuelta de cuerpos y carnalidades. Llamémosla Madre. Mantener la mirada. "No
reniegues del animal que vive dentro de ti", porque solo desde el oscuro
animal salvaje es que somos sujetos, es que nos salvamos de ser las muertas a
las que "penetran sin mirarme a los ojos".
Marisol
Vera Guerra, la niña poeta, la mujer salvaje irredenta, nos abre una rendija en
la ventana de su cuarto y desde allí nos mira y nos apunta con el dedo.
Nosotras somos las voyeurs que van perdiendo su perfecta perfección casi sin
darnos cuenta de que cada golpe de verso nos desnuda al punto de despojarnos de
nuestra pretendida ilusión de felicidad. Ella es la que nos escupe a la cara la
verdad, toda la honestidad que cabe en la poesía. Nos muestra nuestras
miserias, las apariencias sobre las que nos erigimos como juezas de la vida de las
otras. Nos creíamos rosas. Solo somos espinas. Convierte en arte lo oscuro.
Asistimos,
poema a poema, al tránsito de una identidad, a la madurez de una voz que
alcanza la trascendencia buscando su lugar, su propia y única manera de pisar
el mundo. Construyendo su familia, creándola con la savia de su cuerpo. Una voz
humana que no teme reconocer sus carencias, sus necesidades y el miedo feroz a
quedarse estática. ¿Y si el futuro no es? ¿Y si no es nunca? ¿Y si los sueños
jamás se cumplen y la vida es por siempre "panza hinchada y redonda"?
¿Y si los príncipes azules no son más que hombres "devorados por
termitas"? Porque "un día escribiré uno tan bueno"...
Así
pues, la vida se nos presenta en grito donde "mi desnudez no me
avergonzaba", donde la animalidad es carne de infancia, de tiempo en deje
triste, aferrándose al ser y al seré, mirando, cara a cara, a los ojos de lo
salvaje, sin miedo porque este es adquirido, no nos pertenece, no resiste la
magnitud de la poesía, alma desnuda cubierta de las espinas que, verso a verso,
nos entrega, como flores.
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