De lo ordinario, el amor y la memoria
Eso me dicen, que la memoria es polvo, que las flores también cierran su corola y que hasta el mar cede su dominio a los desiertos.
Pero
no.
Pero
yo no.
No
hay nada normal en ver tu ataúd yéndose a ese abismo mientras mis células
encienden pequeñas fogatas. Flamitas coloradas que entibian el cemento.
¿Puede el Sol permanecer tan quieto, allá, con su corona blanca, y no volar sin destino como esos globos de helio que se escapan de las manos de los niños? ¿Puede la lluvia guardarse nube adentro sin caer precipitada sobre las calles que bordaron tus pasos.
No hay nada normal en esa humedad gris que adormece la madera, ni en esas ramas que cruzan el umbral de la tarde arañando la ventana, ni en la sombra vertical de los pájaros sobre el vidrio de los ojos.
* *
Tus
hijas están aquí. Una se mesa los cabellos, astillado el vientre, quiere bajar
contigo a vestir tu piel de lienzos tibios; la otra pasará las siguientes
mañanas sentada junto a tu lecho; una más tiene los lagrimales secos; pero llorar, llorar no es esto.
También tus hijos varones; uno de pie, otro aguardando por ti desde hace más de treinta años recostado en la rivera donde los ojos del barquero destellan. Y tus dos niños, bracitos al aire, como en aquellos tiempos sombríos en que el invierno cegaba el campo con su hoz presurosa.
* *
—Cuéntame
otra vez de cuando se iba a perder el mundo.
—Decía
la gente de antes que nos íbamos a perder por agua, que se vendría un agua muy
fuerte que se iba a llevar todo.
—Abuela, ¿tú
te vas a morir antes que yo?
—No
ves que la Pelona no escoge, a grandes y chiquitos nos lleva por igual.
* *
Cómo
se ha atrevido aquel hombre a decir que tu cuerpo ahora está vacío, si tu
cuerpo sigue siendo, así, perfecto, luminoso templo en el que danzan tus
caricias, los abrazos todos de mi infancia y de mi edad madura. Como si el
cuerpo que me arrulló, el que besó mi frente herida, el que me endulzó
la lengua con azúcar el día que rodé por la escalera, al detenerse el
corazón dejara de ser bello.
¿Por qué no escanciar la miel de todas las lágrimas?, ¿por qué no decir gracias abrazada a tu carne? Que estás en otro lado, que no hay nada, ¿a eso le llaman fe?
¿Quién dijo que cuerpo y alma son ajenos? Allá usted, señor, si así lo cree no lo discuto, pero a mí no puede convencerme de que este cuerpo no. A mí no. La tierra, pues, la tierra
no.
* *
Estas
son mis sandalias, no tengo otro calzado. Azules y ligeras, abrocho sus
cintas alrededor de mis tobillos cada vez que voy a la escuela por mi hijo o a
la biblioteca a devolver una novela mordida por el tiempo.
Mis
zapatos se han desgajado como dos frutas negras, solo tengo mis sandalias y las
pongo junto a mis libros. Las veo allí, quietas, con algo de polvo encima,
inamovibles cual corresponde a los objetos que no han sido dotados de razón, ni
de memoria.
Y yo me muevo.
Mi yo humano se dirige afuera, a ese afuera desnudo y paralelo a lo que debe permanecer quieto.
Camino descalza hacia la estufa a encender el fuego y mi hija, conmigo, de mi mano; esa estufa que ha sido exiliada del mundo de adentro. Doy unos cuantos pasos y un ruido me hace voltear. Mis sandalias azules olvidaron que deben mantenerse en su sitio, que no deben convertirse en animales rapaces, que no hay razón para saltar por la ventana,
que no.
* *
En
mi sueño mucha gente prepara un funeral. Hablan sobre una anciana, que
queda poco tiempo. Pero yo solo veo, sentada en medio del tumulto, a una mujer joven y fuerte, de brazos y
piernas robustos, que me mira con las pupilas fijas, hondas, diciéndome es hora
de emprender el viaje
* *
—La
vez pasada que viniste te mirabas todavía una niña. Ahora ya te ves una mujer.
—Sí, abuela, ya crecí, por fin.
* *
En
mi sueño ese hombre te jala de un brazo y yo del otro, sobre el puente que
cruza el abismo, y yo tiro más fuerte, más fuerte, hasta que caes de mi lado y
te abrazo y te digo estamos juntas, voy a estar contigo siempre, nada malo
te va a pasar.
Volver a las raíces es darle paso a nuestra voz...Bello texto Mar y Sol...
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