Últimamente he visto una
campaña contra la imagen de las princesas de cuentos de hadas, en pro del
empoderamiento de la mujer; cosas del tipo “no esperes al príncipe azul,
rescátate a ti misma”. Eso suena muy bien, ¡al fin las nuevas generaciones
tiran por la borda a esas princesitas cursis que no saben defenderse! Sin
embargo, esos estereotipos de niña buena y de finales felices popularizados por
Disney, no suelen corresponder a los cuentos originales, muchas veces leyendas
populares que fueron de boca en boca durante siglos hasta que alguien las puso,
primero en papel y luego en la pantalla del cine.
Los cuentos de hadas,
generalmente, nacieron para dar lecciones vitales; en la antigüedad estaban
cargados de simbolismos que, al ser contados generación tras generación
ayudaban a las niñas a estructurar su mente, a tomar decisiones y a comprender
los ciclos de la vida / muerte / vida.
Las princesas,
originalmente, eran representaciones del alma femenina, y el príncipe, el
dragón, la madrastra malvada y otros personajes típicos, solían ser partes de
la psique de la mujer; elementos del
mundo o de las etapas de su desarrollo espiritual.
Cuando en un cuento de hadas
el príncipe rescata a la princesa, éste suele representar al ánimus, la parte
masculina de la mujer que la ayuda a ser asertiva en los momentos difíciles; el
sentido original de este “rescate” es, precisamente, hacerle ver a la niña o
muchacha en cuestión que todos los elementos para salvarse están contenidos en
ella misma y que sólo necesita aprender a equilibrarlos. Este simbolismo,
aunque incompleto, sigue vigente en nuestros días. El dragón puede ser la
sociedad devoradora o el medio ambiente agresivo; la madrastra malvada puede
ser un jefe acosador o un marido machista.
En versiones anteriores a
las “clásicas”, los cuentos podían tener finales drásticos. Por ejemplo, una
versión de “Los zapatos rojos”, más antigua que la de Hans Chistian Andersen,
termina donde a la niña le son amputados los pies con un hacha y pasa el resto
de sus días mendigando. Un símbolo –reflexión que tomo de la psicoanalista
Clarisa Pinkola Estés– de la mutilación de la energía vital a la que a veces
terminan sometiéndose las mujeres en su afán por encontrar su destino.
Considero, entonces, que la
sociedad contemporánea, posmoderna y fría, más que ir en “contra” bien podría
rescatar el sentido original de la princesa de cuento de hadas: la psique
femenina en desarrollo que ha emprendido una búsqueda de autoconocimiento y
para ello deberá vencer a sus dragones, con la sabiduría de sus abuelas y la
fuerza de su caballero interior.
Imágenes: "Alicia"; "Hay un grito en mi cabeza", mvg.
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