Literatura & Psicología

16.9.15

En defensa de las princesas

Publicado en La Razón, Tampico, Tamaulipas. Septiembre de 2015.

Últimamente he visto una campaña contra la imagen de las princesas de cuentos de hadas, en pro del empoderamiento de la mujer; cosas del tipo “no esperes al príncipe azul, rescátate a ti misma”. Eso suena muy bien, ¡al fin las nuevas generaciones tiran por la borda a esas princesitas cursis que no saben defenderse! Sin embargo, esos estereotipos de niña buena y de finales felices popularizados por Disney, no suelen corresponder a los cuentos originales, muchas veces leyendas populares que fueron de boca en boca durante siglos hasta que alguien las puso, primero en papel y luego en la pantalla del cine.

Los cuentos de hadas, generalmente, nacieron para dar lecciones vitales; en la antigüedad estaban cargados de simbolismos que, al ser contados generación tras generación ayudaban a las niñas a estructurar su mente, a tomar decisiones y a comprender los ciclos de la vida / muerte / vida.

Las princesas, originalmente, eran representaciones del alma femenina, y el príncipe, el dragón, la madrastra malvada y otros personajes típicos, solían ser partes de la psique de la mujer;  elementos del mundo o de las etapas de su desarrollo espiritual.

Cuando en un cuento de hadas el príncipe rescata a la princesa, éste suele representar al ánimus, la parte masculina de la mujer que la ayuda a ser asertiva en los momentos difíciles; el sentido original de este “rescate” es, precisamente, hacerle ver a la niña o muchacha en cuestión que todos los elementos para salvarse están contenidos en ella misma y que sólo necesita aprender a equilibrarlos. Este simbolismo, aunque incompleto, sigue vigente en nuestros días. El dragón puede ser la sociedad devoradora o el medio ambiente agresivo; la madrastra malvada puede ser un jefe acosador o un marido machista.

En versiones anteriores a las “clásicas”, los cuentos podían tener finales drásticos. Por ejemplo, una versión de “Los zapatos rojos”, más antigua que la de Hans Chistian Andersen, termina donde a la niña le son amputados los pies con un hacha y pasa el resto de sus días mendigando. Un símbolo –reflexión que tomo de la psicoanalista Clarisa Pinkola Estés– de la mutilación de la energía vital a la que a veces terminan sometiéndose las mujeres en su afán por encontrar su destino.


Considero, entonces, que la sociedad contemporánea, posmoderna y fría, más que ir en “contra” bien podría rescatar el sentido original de la princesa de cuento de hadas: la psique femenina en desarrollo que ha emprendido una búsqueda de autoconocimiento y para ello deberá vencer a sus dragones, con la sabiduría de sus abuelas y la fuerza de su caballero interior.    


Imágenes: "Alicia"; "Hay un grito en mi cabeza", mvg.

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