Yo quiero tanto a Silvia y Silvia quiere tanto a Julio. A ella le gustan los cronopios como a mí me gusta espiar desde la mirilla del ombligo, esas catedrales derrumbadas del pensamiento donde lo imposible surge y se eleva a la condición de eterno.
Silvia es una salamandra enamorada de una muchacha, es una línea de tinta china en la piel, una palabra que ha extraviado sus fonemas, una hoja en blanco afilada como los ojos del lector. Porque el lector aquí es su cómplice, no es aquel inocente y pasivo que encuentra todas las posibilidades agotadas.

Silvia lo sabe, oculta detrás de ese apellido un poco ajeno a nuestra lengua. Favaretto. extraño que no es lo mismo que decir recién inventado, que no es lo mismo que extraterreno o posthumano o ciberpoético. Qué feliz serías, Julio, en este tiempo, el siglo del neologismo y de la fractura. Ay, ¿pero no eras tú quien hablaba sobre esa caída interminable? Eso es la felicidad para Julio y para Silvia y para mí: caer, caer, caer irremediablemente hacia el abismo y contemplarnos, azorados, desde el fondo como animales prehistóricos que vislumbran un mundo aún sin destruir
Feliz y bendecida por tus palabras, hermana de mi alma, lejano espejo de mis entranas... En algùn momento se va a unir nuevamente ese UNO que fuimos al principio de los tiempos. Silvia
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