Sí, Isaac Asimov fue uno de
mis autores favoritos en mi adolescencia, antes de él había leído a Julio
Verne, y ya sabemos lo que se dice de este par, que son los “profetas”
científicos. Verne, en pleno siglo XIX, fue capaz de anticipar no solo los
viajes espaciales y los submarinos, sino cosas tan actuales como la existencia
de la Internet y la globalización (claro, no les daba estos nombres, pero la
idea se asoma en su Paris en el siglo veinte); Asimov, por su parte, en 1950
exploró en su Yo, robot la lógica de la inteligencia robótica mucho antes de
que existieran, siquiera, las computadoras personales.
Sin embargo, la principal tarea de los escritores de
ciencia ficción no consiste en ser futurólogos; este género se ha
caracterizado siempre por exponer los dilemas humanos, por su consciencia
social y por observar y cuestionar la realidad desde perspectivas ingeniosas,
negadas a la literatura realista. Sin embargo ha sido poco valorado
por los doctos y eruditos, cosa que, me parece, está cambiando por fin para
ponerlo en el sitio que se merece.
Por mi parte, he confirmado
que Asimov y Verne siguen siendo excelentes aliados para acercar a la literatura
(y al arte en general) a niños y jóvenes. Y no es que considere las suyas “obras
juveniles”, pues he comprobado que a lo largo de los años uno puede redescubrir
sus universos y, acaso, teorizar más sobre ellos. Pero los chicos suelen ser receptivos
a las posibilidades de exploración que ofrecen estos autores. Es sencillo
encontrar puntos de referencia y anclajes en el mundo cotidiano, permeado de
tecnología.
Uno de mis cuentos favoritos
del norteamericano es “Sueños de robot”, en el cual Elvex, un robot, comienza a
soñar y descubre, en una capa inconsciente de su cerebro positrónico (es decir,
basado en el positrón, la antipartícula del electrón), el deseo de rebelarse
contra los seres humanos, los cuales han esclavizado a su “gente”.
Una de las controvertidas
conclusiones de Yo, robot es que las máquinas terminan siendo más eficaces
para conducir el destino de los seres humanos que nosotros mismos. Los robots
ideados por Asimov no son los monstruos exterminadores de muchas películas de
acción, sino autómatas bastante sensatos, con elevados principios morales, un ideal ético
Ahora, más que nunca, toman
relevancia los cuestionamientos que nos plantea esta narrativa; con modelos,
por ejemplo, como “Asimo”, el robor humanoide diseñado por la empresa japonesa
Honda. Muchas de las ficciones de antaño son, ya, una realidad tangible.
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