Desde muy pequeña
descubrí que tengo talento para soñar.
Suena raro, lo sé, pues nadie pensaría que se necesite una habilidad especial
para este trivial evento. Yo, tú, el vecino, todos soñamos, pero quizá pocos
tenemos una existencia intrincada en los sueños.
Ciertas noches he soñado historias
tan detalladas que bien podrían hacer un cuento o una novela breve, pero
escribo poca narrativa, en cambio tengo poemas y más poemas invadidos por
imágenes vistas en esa “segunda vida”, como diría Nerval. Incluso, he publicado
algunos de mis sueños en mi blog personal bajo la etiqueta de “onironauta”.
Desde los antiguos chamanes
y las pitonisas hasta los psicoanalistas, gestaltistas y demás interpretadores
de sueños, muchos nos hemos empeñado en ver en estos algo más que simples
procesos fisiológicos. Jung les atribuía una cualidad compensadora. Por
ejemplo, hacía referencia a que en plena guerra era común que los soldados
soñaran con su hogar y con sus seres queridos; cuando comenzaban a soñar
escenas de batalla era hora de mandarlos a casa: significaba que la psique ya no
lograba contrarrestar los horrores de la realidad y se corría el riesgo de una
psicosis.
Más de lo que nos gusta
aceptar desde nuestro pedestal de seres racionales, el acto de soñar continúa
siendo una fuente de símbolos, códigos, puertas para entrar a esa región de lo
misterioso, lo mágico, lo otro, lo que no sabemos nombrar.
“Es cierto –dice la filósofa
española María Zambrano– que en la civilización moderna, posracionalista, la
conciencia del hombre ´normal´ ha perdido contacto con el resto de su ser. Su
alma y su cuerpo se le presentan extraños como fenómenos”. Y acaso, los sueños son, como ella misma
apunta, “el alba de la conciencia”.
Y si, finalmente, lo que
constituye eso que llamamos alma es nuestra vida mental, ¿por qué consideramos
menos reales los eventos soñados que los del despertar?, ¿o, por qué ha de ser
menos ficticio el mundo que llamamos realidad que ese otro en el cual el tiempo
deja de ir hacia adelante y da saltos por todos lados? Recordemos aquellos clásicos versos de
Calderón de la Barca: “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una
ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: / que toda la
vida es sueño, / y los sueños, sueños son”.
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