Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, miércoles 31 de julio de 2013.
Por
fin está en mis manos Aguamala y otros poemas, Gloria tuvo a bien obsequiármelo,
a fines de junio, después de su lectura en Los Santos Días de la Poesía, y
desde entonces he acudido a sus páginas como un animal sediento a un
abrevadero. No diré que no lo conocía, que no había bogado entre sus letras,
que no poseía ya un sitio en mi imaginario personal, mas no tenía la fortuna de
abrazar el libro, de conversar con él en mi mesa y de llevarlo de compañero de
viaje. Llámenme anticuada, sigo prefiriendo el olor de la tinta –con el riesgo
de encontrar alguna termita u otro bicho anidado en las hojas– a la aséptica
pantalla de una computadora.
Esta colección de poemas, editada por el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y la Universidad Autónoma de Nuevo
León en 1998, fue amasada lentamente en el crisol de los años, desmenuzando
imágenes e insomnios entre miles y miles de textos que nunca verán la luz, aunque su autora –ella misma lo ha dicho– se
haya acarreado “acres recriminaciones de los editores, pero también efusivas
felicitaciones y hasta cartas de buena conducta expedidas por el gremio”.
“A veces me preguntan que por qué escribo
–dice Gloria en la solapa del volumen–. Lo he pensado en el transcurso de una
madrugada iluminada por el terrífico resplandor de un foco de 100 watts y no he
llegado a conclusión más profunda que la siguiente: cuando se ocupa el doceavo
lugar de una familia miserable uno empieza a hablar solo muy pronto”.
El libro comienza con humor y elegancia “en
defensa de algunas especies que amenazan con no extinguirse”; vemos desfilar
mosquitos, piojos, cucarachas, y otros animalejos que le sirven a la poeta como
metáfora para describir al género humano, sus abismos y venturas. Luego viene
el oleaje de aguas en las que va soltando, de a poco, trozos de su historia
personal que, de alguna manera, es también la historia de cientos de mujeres,
de cientos de hombres, porque –lo he dicho y lo reitero– el Yo de Gloria es un
Yo colectivo, un Yo que en la sencillez de su dolor se hace universal:
cuando uno tiene un pasado insoportable
uno no tiene poder alguno sobre él
está ahí
como un bulto de ropa sucia
que ningún detergente conseguirá limpiar.
cuando uno tiene un pasado insoportable
uno no tiene poder alguno sobre él
está ahí
como un bulto de ropa sucia
que ningún detergente conseguirá limpiar.
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