Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, mayo de 2012.
Aficionadas a
comerse a las crías resguardadas en madrigueras subterráneas, las serpientes deben
enfrentar antes a las madres de estas frágiles criaturas. El veneno de este reptil podría matar a un animal
diez veces más grande que una ardilla, ¿por qué no mueren al ser mordidas? Dicho
suceso llamó la atención de algunos científicos, los cuales descubrieron que las
ardillas han desarrollado un antídoto interno para contrarrestar a su enemiga. Esto
tiene una consecuencia: el veneno de la serpiente de cascabel es cada vez más
fuerte, al final resulta mucho más tóxico de lo que debería ser para cazar a los
pequeños roedores.
Algo parecido he hallado en la dinámica de
varios matrimonios, porque, ¿no es una relación de pareja, en muchos sentidos,
una lucha constante por la supervivencia del Yo? Hay una búsqueda de dominación,
el uno del otro. Por supuesto, en el ejemplo citado arriba se trata de un
animal que tiene hambre y de otro que se defiende (lo cual, en efecto, define a
la perfección a ciertas parejas), pero lo que me interesa ahora es la
resistencia cada vez mayor al veneno y, la toxicidad en aumento de éste. Así, en
una relación conflictiva las dos partes se van adaptando a tolerar lo que un
principio se les habría hecho impensable.
En realidad, el conflicto se presentará en
toda relación, no sólo amorosa, sino con el jefe, los amigos, los padres y,
para acabar pronto, la sociedad entera.
Desarrollamos diversos mecanismos de defensa, unos tendrán colmillos,
otros aprenderán a camuflarse, cada quien encontrará la forma de encajar en la
civilización.
Ya, desde el principio, los cromosomas que
definen nuestro sexo (el X, uno de los más grandes, y el Y, realmente diminuto)
están saturados de genes sexualmente antagonistas. Dicen los genetistas: “En el
cromosoma Y, los genes acumulan lo que es beneficioso para los hombres, pero a
menudo perjudicial para las mujeres; en el X se acumulan los genes que son
buenos para las hembras y nocivos para los varones”.
Tal es este antagonismo que, en
publicaciones científicas actuales, podemos encontrar una verdadera narrativa
en la que los elementos biológicos aparecen animados: “Es probable que el
cromosoma Y de los mamíferos esté así comprometido en una batalla en la que su
adversario resulta vencedor. Una consecuencia lógica es que el Y debe huir y
esconderse” (Pshilosophical Transactions of the Royal Society).
Bueno, y dentro de este belicismo, ¿dónde queda
el amor?, como dijera el mago Merlín en “La espada y la piedra” adaptada por
Disney, esta fuerza más grande que la fuerza de Gravedad. El amor, como todas
las experiencias, es incomunicable; todos lo hemos sentido, mas nadie puede dar
una definición que nos satisfaga. El que mayor esfuerzo requiere para verle dar
frutos, creo yo, es el de pareja, por ese sentimiento de exclusividad entre dos
seres humanos. Ahora he oído hablar de poliamor, donde se tiene una relación emocional
con diversas personas al mismo tiempo, ¿será que así acabaría la eterna
contienda? Prefiero creer en los tratados de paz.
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