Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, noviembre de 2012.
He
leído recientemente el ensayo “El retorno literario de las voces antiguas en
América” (revista isees No. 8, diciembre 2010, 111-130) de Jorge Miguel Cocom
Pech, poeta, narrador y ensayista en lengua maya (http://reclutamiento.webcindario.com/R8%20Ensayo%2001.pdf).
Rememora el autor que, durante los años 30 y 40 del siglo pasado, descendientes de lenguas originales de América inician el rescate y recreación de narraciones tradicionales a través de la generación de textos literarios asidos a la cosmogonía ancestral; pulsión creativa que se revitaliza en los años 70.
Rememora el autor que, durante los años 30 y 40 del siglo pasado, descendientes de lenguas originales de América inician el rescate y recreación de narraciones tradicionales a través de la generación de textos literarios asidos a la cosmogonía ancestral; pulsión creativa que se revitaliza en los años 70.
Cocom Pech cita como países americanos en
los que actualmente se publican (muy pocas) obras literarias escritas por
hablantes de lenguas indígenas: Guatemala, Chile, Uruguay, Colombia, Estados Unidos
y México.
Nos preguntaremos: ¿Cuál es la
universalidad de estas obras?, ¿qué se necesita para que tengan la difusión y
el alcance mediático de las obras escritas por autores de habla hispana o
inglesa, por ejemplo?
He constatado que, la mayoría de las
veces, cuando en el universo mestizo de México se menciona “poesía indígena”, se
piensa cuando mucho en Nezahualcoyotl, en las plumas de quetzal y en las flores
(imágenes asociadas con los cantos nahuas en nuestro imaginario colectivo), como
si la poesía indígena contemporánea no existiera o como si sus expresiones estuvieran
encerradas en una burbuja, al margen del sincretismo cultural de nuestros días.
Hace poco platicaba con un escritor de mi
generación acerca de la marginación de la que veo es objeto la poesía indígena;
él hacía hincapié en que, aunque son ricos la sonoridad de la lengua y su
misticismo, a menudo, cuando uno escucha su traducción nota la falta de
recursos poéticos.
Yo opino, si bien hay poemas escritos en náhuatl,
en maya o en la lengua indígena que se quiera, con deficiencias retóricas, lo
mismo aplica para los escritos en cualquier lengua del mundo. Además, nuestros
juicios de valor se apoyan en cánones occidentales, olvidándonos de que cada
idioma tiene sus propios recursos, su organización particular y sus juegos
fonéticos imposibles de traducir. Creo que en esta marginalidad mucho hay de
desconocimiento acerca de la estética indígena e incluso, prejuicio. Dice Cocom
Pech: “también en nuestra lengua hay formas estéticas que provocan el gozo del
espíritu al oírlas, al igual que los poemas con ritmo y métrica tradicional occidental;
solo que lo nuestro, los poemas o narraciones de la literatura indígena contemporánea,
aún carecen de un conjunto de normas (¿y las necesitan?) que, atendiendo a sus
sistemas prosódicos y métricos, puedan convertirse en una propuesta para la
escritura de nuevos textos”.
A menudo veo, en nuestro país, más
dispuestos a los escritores de habla indígena a aprender de los recursos
occidentales, que a los hispanohablantes a aprender de los recursos propios de nuestras
lenguas originales. También está el caso de los poetas indígenas estadounidenses
que optan por tomar prestada la lengua inglesa, sin olvidar por ello su raíz
cosmogónica.
Apunta la investigadora Norma Quintana: “nuestros
escritores indígenas modernos necesariamente han debido transformar su expresión,
encontrar un sendero para transitar de la oralidad primigenia a la escritura,
hallar el punto de intersección entre su espacio lingüístico y el idioma
español”.
Esta conciencia queda expresada en el poema
de Humberto Akabal, poeta mayaquiché de Guatemala: Hablá con cualquiera
no vayan a pensar que sos mudo
me dijo el abuelo.
Eso sí
tené cuidado
que no te conviertan en otro.
Imágenes en orden de aparición: Jorge Miguel Cocom Pech; Humberto Akabal.
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