“Sólo
hemos venido a dormir, sólo hemos venido a soñar: / no es verdad, no es verdad
que venimos a vivir en la Tierra”. Con estas palabras, Tochihuitzin
Coyolchiuhque (fines del s. XIV – mediados del s. XV), poeta de México-Tenochtitlan,
aborda en su canto el tema universal de concebir a la vida como un sueño. Argumento
filosófico que conduce una de las piezas emblemáticas del dramaturgo español
Calderón de la Barca (1600-1681), “La vida es sueño”. Dice el príncipe
Segismundo, personaje central de la obra: “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué
es la vida? Una ilusión, / una sombra una ficción”.
Buscar el sentido de la vida es una
necesidad que parte de la conciencia de nuestra mortalidad. ¿Cómo explicamos el
fin de nuestra existencia?, ¿cómo podemos concebir que aquellos que amamos
desaparezcan?, ¿cómo no creer que hay otro mundo, más allá de la materia, en el
que nuestros padres, hermanos y abuelos siguen andando? Y si existe ese otro
mundo, debe haber pasadizos, puentes que, a veces, nos permitan volver a ver a
los que se han ido.
Nos encontramos, precisamente, en esta
época del año en que –se dice– vienen las ánimas a visitar a los vivos:
Xantolo. Como ya lo he referido antes, en este mismo espacio, Xantolo está
compuesto por dos palabras españolas, adaptadas a los sonidos propios del
náhuatl: “Santo” (xanto) y
“Todos” (tolo). Como en lengua
nahuatl no existe el fonema “d”, éste se convierte en “l”.
Lo más típico de estos días –lo sabemos
quienes hemos vivido en las zonas de la Huasteca donde perviven las
tradiciones–, son los tamales y los altares, enflorados con cempasúchil,
rama-iglesia o limonaria y flores de “mano de león”.
A veces se truenan cohetes durante la
celebración. Para los teenek del Norte de Veracruz esto tiene el propósito de
despertar las almas de los difuntos a quienes se espera en casa para la
ofrenda, y, al mismo tiempo espantar a los Baatsik`, ancestros muertos que
pertenecen a una era cosmogónica anterior a ésta.
.
El 31 de octubre es el día dedicado a los
difuntos niños, el 1 de noviembre a los adultos, y el 2, normalmente es cuando
llevamos coronas, flores, cruces y velas al cementerio, para nuestros parientes
y amigos muertos. Esta fiesta, más allá de nuestras creencias religiosas, nos
trasmite un sentido comunitario, la posibilidad de mantener viva la memoria de
aquellos a quienes amamos.
Termino esta columna, con un par de
fragmentos de un antiguo canto, de origen nahuatl, para recibir a los muertos:
Si
en mi memoria y en mi corazón
están
presentes ustedes mis ancestros,
entonces
no existe la muerte.
Aquí
está mi ofrenda, merezcan
placenteramente.
Permítanme
alumbrarles, acepten como presente
este
copal en su presencia,
permítanme
ofrecerles flores.
Sé
que ustedes están en la mansión de los muertos
y
que allá están felices.
Allá
nada falta, hay rumor de agua fresca,
allá
siempre es primavera.
Los humanos honran a sus muertos
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