(Tampico, Tamaulipas, 2002 - Tantoyuca, Veracruz, 2011)
Mi hermosa Morgana nació al final del invierno, en esos días en que el Sol derramaba sus luces sobre la tierra fría y las primeras flores anunciaban el paso a otra estación (aún había estaciones en el mundo). Pequeño reloj de bolsillo, cabía en la palma de mi mano; sus ojos de fósforo anunciaban largas horas de tempestad y juego.
Durante años caminó conmigo de una casa a otra, de una calle a otra, de un amor a otro.
Desde el principio supo que sería la emperatriz de ése, mi íntimo espacio, y que ningún gato jamás dormiría con tanto beneplácito en mi regazo.
Lo reconozco, era un poco gruñona. A veces le gustaba perseguir perros; amaba el atún y las frazadas tibias. Nunca le gustó demasiado la leche. Su paso era elegante y mesurado como el de una vieja esfinge, mas, cuando los resortes de la emoción le saltaban dentro del pecho, su cuerpecillo alargado iba de un lado a otro dando grandes brincos.
En las noches dormía sobre mi espalda, entrelazada en blancos suspiros. Despertaba con pereza clavando sus garras en mi piel. Inventaba todo el tiempo lenguajes nuevos para nombrarme.
Territorial, rumorosa, inquieta, solitaria, celosa, mordaz.
Morgana, mi espejo. Mi amiga. Mi sombra.
Descansa, hermosa, en la lejanía azul donde las estrellas nunca dejan de brillar.
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