Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 8 de febrero de 2011.
En su más reciente libro, El gran diseño (Crítica, 2010), el físico británico Sthepen Hawking menciona un ayuntamiento italiano, donde se prohibió a los propietarios de animales domésticos tener pececitos de colores en peceras redondeadas, porque las paredes curvas del recipiente le darían al pez una imagen distorsionada de la realidad, lo cual resultaba cruel.
Este hecho me recordó mis años como estudiante de psicología. Con el fin de aprender aspectos básicos del conductismo llevábamos a la escuela, ratas enclaustradas en pequeñas jaulas. Había que privarlas de alimento para poder “condicionarlas”. La recomendación de nuestros profesores era que, al transportar al animalito, cubriéramos con una tela oscura las paredes de su jaula para evitarle la estresante visión del mundo exterior pasando vertiginosamente a su alrededor.
Ahora que mi calificación ya no depende de ello, puedo confesar que jamás privé a mi rata de alimento (espero que mi maestro de psicología experimental no lea este artículo), pues no toleraba la idea de dejarla en ese reducido espacio, sola y sin comida durante varias horas.
A propósito del primer suceso, reflexiona Hawking: “¿No podría ser que nosotros mismos estuviéramos en el interior de una especie de pecera curvada y nuestra visión de la realidad estuviera distorsionada por una lente enorme?” Enseguida, explica cómo a lo largo de los siglos los seres humanos hemos conformado diversos modelos de la realidad. El universo que cotidianamente vemos no depende solamente de las leyes físicas que lo rigen, sino de cómo interpretamos estas leyes a través de nuestras creencias, ideas y temores. Y, por supuesto, de nuestras capacidades biológicas para profundizar en su comprensión –no le podríamos enseñar geometría a nuestro gato.
Volviendo a las ratas de laboratorio. Debía ser aterrador estar confinado en un pequeño espacio y ver una serie de colores, siluetas y sombras pasando “afuera”. ¿Pero no sería también estresante encontrarse completamente a oscuras, sin saber qué pasará?
Nadie puede comprender la realidad independientemente de un modelo. Y en la medida que este modelo contenga cosas inexplicables, o fuera de nuestro control, nos hallaremos estresados. Nada puede ser más desesperante que la sensación de pérdida de control de nuestro ambiente. Estudios recientes han demostrado que “la categoría del trabajo de una persona podía predecir mejor sus posibilidades de un ataque cardíaco que la obesidad, el tabaquismo o la hipertensión”. ¿La razón?, entre menos control tiene una persona sobre su vida, mientras más dependan su ambiente y sus provisiones de factores externos a ella misma (en este caso, de su jefe), más estresada está. Y el estrés es un caldo de cultivo para todo tipo de enfermedades, desde una depresión hasta una úlcera.
Considero que, a veces, como individuos o como pueblo, estamos sumergidos en esas peceras curvadas que nos deforman la visión. Si se vive dentro de la cultura de la violencia, de la pobreza o de la corrupción, difícilmente se podrá vislumbrar una realidad distinta. Lo he dicho antes y lo repito con énfasis: un punto de partida para mejorar la atmósfera social en México es proporcionar una Educación –así, con mayúscula– que ayude a niños y jóvenes a mirar sus circunstancias desde distintos ángulos. Asomar la cabeza de la pecera, correr la tela oscura a la jaula del mundo.
En su más reciente libro, El gran diseño (Crítica, 2010), el físico británico Sthepen Hawking menciona un ayuntamiento italiano, donde se prohibió a los propietarios de animales domésticos tener pececitos de colores en peceras redondeadas, porque las paredes curvas del recipiente le darían al pez una imagen distorsionada de la realidad, lo cual resultaba cruel.
Este hecho me recordó mis años como estudiante de psicología. Con el fin de aprender aspectos básicos del conductismo llevábamos a la escuela, ratas enclaustradas en pequeñas jaulas. Había que privarlas de alimento para poder “condicionarlas”. La recomendación de nuestros profesores era que, al transportar al animalito, cubriéramos con una tela oscura las paredes de su jaula para evitarle la estresante visión del mundo exterior pasando vertiginosamente a su alrededor.
Ahora que mi calificación ya no depende de ello, puedo confesar que jamás privé a mi rata de alimento (espero que mi maestro de psicología experimental no lea este artículo), pues no toleraba la idea de dejarla en ese reducido espacio, sola y sin comida durante varias horas.
A propósito del primer suceso, reflexiona Hawking: “¿No podría ser que nosotros mismos estuviéramos en el interior de una especie de pecera curvada y nuestra visión de la realidad estuviera distorsionada por una lente enorme?” Enseguida, explica cómo a lo largo de los siglos los seres humanos hemos conformado diversos modelos de la realidad. El universo que cotidianamente vemos no depende solamente de las leyes físicas que lo rigen, sino de cómo interpretamos estas leyes a través de nuestras creencias, ideas y temores. Y, por supuesto, de nuestras capacidades biológicas para profundizar en su comprensión –no le podríamos enseñar geometría a nuestro gato.
Volviendo a las ratas de laboratorio. Debía ser aterrador estar confinado en un pequeño espacio y ver una serie de colores, siluetas y sombras pasando “afuera”. ¿Pero no sería también estresante encontrarse completamente a oscuras, sin saber qué pasará?
Nadie puede comprender la realidad independientemente de un modelo. Y en la medida que este modelo contenga cosas inexplicables, o fuera de nuestro control, nos hallaremos estresados. Nada puede ser más desesperante que la sensación de pérdida de control de nuestro ambiente. Estudios recientes han demostrado que “la categoría del trabajo de una persona podía predecir mejor sus posibilidades de un ataque cardíaco que la obesidad, el tabaquismo o la hipertensión”. ¿La razón?, entre menos control tiene una persona sobre su vida, mientras más dependan su ambiente y sus provisiones de factores externos a ella misma (en este caso, de su jefe), más estresada está. Y el estrés es un caldo de cultivo para todo tipo de enfermedades, desde una depresión hasta una úlcera.
Considero que, a veces, como individuos o como pueblo, estamos sumergidos en esas peceras curvadas que nos deforman la visión. Si se vive dentro de la cultura de la violencia, de la pobreza o de la corrupción, difícilmente se podrá vislumbrar una realidad distinta. Lo he dicho antes y lo repito con énfasis: un punto de partida para mejorar la atmósfera social en México es proporcionar una Educación –así, con mayúscula– que ayude a niños y jóvenes a mirar sus circunstancias desde distintos ángulos. Asomar la cabeza de la pecera, correr la tela oscura a la jaula del mundo.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario