¿Por qué insiste el pueblo mexicano en celebrar a sus muertos? La modernidad no erradicó este arraigado culto, antes lo ha ido transformando en formas diversas hasta llegar a nuestros días en que lo posmoderno y lo antiguo se mezclan para dar lugar a danzantes, entre las tumbas, con máscaras de robots o de demonios.
Escribo estas líneas mientras el aroma del copal envuelve mi cuerpo como una mortaja terrosa. Frente a mí el altar enflorado con cempasúchil, palmilla y mano de león. Sobre un mantel bordado humean las tazas de chocolate caliente. Una tolvanera azucarada salta desde las piezas de pan hasta la orilla de los canastos de palma. El fuego manso de las veladoras se alarga por instantes como queriendo alcanzar los arcos: las puertas del inframundo.
Como cada año por estas fechas he vuelto al norte de Veracruz, a los escenarios de mi niñez. Rojos y amarillos intensos me reciben. Calles olorosas a mandarina y lima de chichi. Es un verdadero placer andar un rato en estos pueblos que, si bien no están exentos de grandes males, aún tienden sobre los caminos un remanso de pájaros y árboles.
El sábado pasado estuve en Chicontepec, uno de los poblados más antiguos de la huasteca veracruzana. No hace mucho, en su biblioteca municipal, me encontré un pequeño libro escrito por Arturo Gómez Martínez, Ilhuititla o Xantolo: la comida de los difuntos (Ediciones Ecos, Extensión cultural del periódico Ecos de Coscomatepec, 1995). Entre otras cosas, uno puede leer sobre las raíces semánticas de los términos y la preparación de los alimentos que identifican la festividad mayor de los muertos, celebrada del 30 de octubre al 2 de noviembre.
Xantolo está compuesto por dos palabras españolas, adaptadas a los sonidos propios del náhuatl: “Santo” (xanto) y “Todos” (tolo). Como en lengua náhuatl no existe el fonema “d”, éste se convierte en “l”.
Ilhuititla significa fiesta o ceremonia. Las compras realizadas por la gente, en la plaza, antes de la festividad, se denominan “domingo grande” (hueyi domingo).
En Tantoyuca, otro de los pueblos más vetustos, lo característico de estas fechas son las “viejadas”. Grupos de danzantes en los que la cristiandad, la globalización y el eco de las costumbres prehispánicas se vuelven una sola expresión.
Hoy, dos de noviembre, “Día de la Bendición”, las familias brindarán con atole de maíz o de naranja en el camposanto, a la salud de los difuntos. Las capillas mortuorias se llenarán con ofrendas de tamales y de todo aquello que más le gustaba al que ha cruzado el umbral del otro mundo. Las cuadrillas de Viejos, encabezadas por el vaquero que toca el cuerno, bailarán sones como “El Huehue” y “El ánima sola”.
Hago mía la reflexión de Miguel León-Portilla cuando dice que la espiritualidad mesoamericana está lejos de desaparecer.
En un año en el que todos los días han sido Día de Muertos, celebrar nuestro Xantolo puede resultar irónico. Pero debajo de estos rituales, de la embriaguez y de la danza, hay una pulsión relacionada con el “ser humano”, con la existencia misma y la eterna pregunta de a dónde vamos al cerrase para siempre los telones de la tragicomedia que es la Vida.
Escribo estas líneas mientras el aroma del copal envuelve mi cuerpo como una mortaja terrosa. Frente a mí el altar enflorado con cempasúchil, palmilla y mano de león. Sobre un mantel bordado humean las tazas de chocolate caliente. Una tolvanera azucarada salta desde las piezas de pan hasta la orilla de los canastos de palma. El fuego manso de las veladoras se alarga por instantes como queriendo alcanzar los arcos: las puertas del inframundo.
Como cada año por estas fechas he vuelto al norte de Veracruz, a los escenarios de mi niñez. Rojos y amarillos intensos me reciben. Calles olorosas a mandarina y lima de chichi. Es un verdadero placer andar un rato en estos pueblos que, si bien no están exentos de grandes males, aún tienden sobre los caminos un remanso de pájaros y árboles.
El sábado pasado estuve en Chicontepec, uno de los poblados más antiguos de la huasteca veracruzana. No hace mucho, en su biblioteca municipal, me encontré un pequeño libro escrito por Arturo Gómez Martínez, Ilhuititla o Xantolo: la comida de los difuntos (Ediciones Ecos, Extensión cultural del periódico Ecos de Coscomatepec, 1995). Entre otras cosas, uno puede leer sobre las raíces semánticas de los términos y la preparación de los alimentos que identifican la festividad mayor de los muertos, celebrada del 30 de octubre al 2 de noviembre.
Xantolo está compuesto por dos palabras españolas, adaptadas a los sonidos propios del náhuatl: “Santo” (xanto) y “Todos” (tolo). Como en lengua náhuatl no existe el fonema “d”, éste se convierte en “l”.
Ilhuititla significa fiesta o ceremonia. Las compras realizadas por la gente, en la plaza, antes de la festividad, se denominan “domingo grande” (hueyi domingo).
En Tantoyuca, otro de los pueblos más vetustos, lo característico de estas fechas son las “viejadas”. Grupos de danzantes en los que la cristiandad, la globalización y el eco de las costumbres prehispánicas se vuelven una sola expresión.
Hoy, dos de noviembre, “Día de la Bendición”, las familias brindarán con atole de maíz o de naranja en el camposanto, a la salud de los difuntos. Las capillas mortuorias se llenarán con ofrendas de tamales y de todo aquello que más le gustaba al que ha cruzado el umbral del otro mundo. Las cuadrillas de Viejos, encabezadas por el vaquero que toca el cuerno, bailarán sones como “El Huehue” y “El ánima sola”.
Hago mía la reflexión de Miguel León-Portilla cuando dice que la espiritualidad mesoamericana está lejos de desaparecer.
En un año en el que todos los días han sido Día de Muertos, celebrar nuestro Xantolo puede resultar irónico. Pero debajo de estos rituales, de la embriaguez y de la danza, hay una pulsión relacionada con el “ser humano”, con la existencia misma y la eterna pregunta de a dónde vamos al cerrase para siempre los telones de la tragicomedia que es la Vida.
Gracias por mencionar a Ecos de Coscomatepec, saludos desde ese lugar ;)
ResponderEliminarvorkt@yahoo.com
Hola, saludos afectuosos :)
Eliminar