Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 1 de diciembre de 2009.
a Juan Rulfo
I
Deja que las Letras excaven su madriguera en la tierra húmeda de tus ojos. Lame la tinta que envuelve las palabras como piel reseca de culebra. Jamás hundas la mirada en las manillas de aluminio que persiguen a la noche; quédate a solas frente al espejo rasguñándote los lagrimales como un gato que ha extraviado el rumbo de sus pasos. Ten en cuenta la sentencia de tu abuela: “Todos somos iguales en la tumba”. No pienses en tu madre, en su exacta voz de hielo enredándose al cadáver de una niña que murió de sed hace más de medio siglo. Mira el cementerio, su telaraña de vírgenes mestizas, la roja lápida que aguarda por tu nombre.
II
Siente la cerveza fría remojándote la lengua, la danza gris del cigarrillo escamándote los labios, el humus del Olvido enjarrando soledades. Arrima el oído a los fogones de tu infancia: un pringoso feto arquea los pies bajo la lumbre, su cabeza retumba como atabal sobre las brasas. Huele ahora la espumante leche que mana de tu cuerpo, su olor de biblioteca y laberinto, el esférico perfume que rodea la media luna de tu boca.
III
Oye trepidar la luz melliza de las bestias en el cerro apelambrado, el ardiente coro de ánimas que brotan de la niebla, el rosario de neuronas dibujado en la desdicha. En la peña más alta de tu espíritu siembra la raíz de un libro viejo, observa como nace un maizal de odio fresco y la desértica babaza de tu estirpe se hace llano ardiendo en la espalda de tus hijos, en el vientre socavado de tus padres, en la mano que cabalga este lucífugo texto a la deriva
sin lágrima sin fuete sin pezuña sin cabestro.
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