Literatura & Psicología

9.11.09

el mal en el mundo

Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Martes 10 de noviembre de 2009.

Cuentan los viejos –los que alcanzaron a ver la tierra virgen, cuando el herbaje espeso era refugio de espíritus malignos– que en las noches bañadas por un resplandor de luna el Diablo cabalgaba entre las casas: apenas la oscuridad había caído, tomaba de las crines al caballo más brioso de los que descansaban en el achicadero y, azuzándolo con las espuelas, le hacía correr hasta dejarlo sin aliento.

Los brujos se convertían en venados, zopilotes o gallinas negras para hacerle algún mal a la gente. Nadie estaba a salvo. Eso dice mi madre, que todavía alcanzó a escuchar, cuando era niña, el ajetreo de las bestias fustigadas por el Demonio en la espesura de Tezizapa, en la sierra veracruzana.

Eran los tiempos en que el mundo de los vivos y el de los muertos se juntaban; los espectros salían de los infiernos para encender veladoras y echarse a andar por el Camino Real. Los duendes arrebataban el sueño a las muchachas, venían de madrugada a peinarles la negra cabellera en trenzas diminutas; besaban sus labios entreabiertos y les iban robando el hálito hasta que nada, sino una cáscara de piel y hueso quedaba en el petate.

En el hueco de las chacas anidaban pájaros de pluma espesa. Su gorjeo era el clamor de una piedra hundiéndose en el agua. Los perros, en círculos inacabables, mordían su propia sombra. Las rocas se despeñaban desde lo alto de las lomas como si el brazo de un titán las empujara.
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La muerte llegaba con simpleza, sin levantar un murmullo, sin quitarse su lienzo neblinoso de la espalda. Y tomaba de la mano a los durmientes. Y decía su nombre, despacio, cantando igual que una niñita. Y danzaba con ellos antes de que despuntara el alba.

Así era, en el tiempo de antes, el País Serpiente. Ahora son otras cosas las que vemos.

Más allá de las palabras y el olvido, en la sierra potosina, por los rumbos de Tamazunchale, “lugar donde reside la mujer gobernadora”, se habla todavía de los itaíb o nahuales, hombres salvajes que devoraban a sus semejantes. Los abuelos huastecos recuerdan como esos bárbaros se convertían en animales para cazar a los hombres verdaderos, con cuánta urgencia preparaban la carne tierna de los niños en un tamal grande o bolím, que comían gozosos.

Cuentan los viejos, yo no sé. Sólo repito lo que me han platicado. Detrás de la ventana hay un rumor de viento. Como un aullido que se aleja, ¿no lo oyes?
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