Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Domingo 27 de septiembre de 2009
Como a cualquier niño, a ti y a mí alguna vez nos fascinó el conejo que vive en la redonda cara de la Luna. Allí, en completa quietud, cuando nuestro satélite muestra todo el esplendor de su faz en las noches despejadas, podemos ver la curiosa silueta del animal.
Cuentan los huastecos que hace mucho tiempo Huítʼom ínik (el que todo lo puede) mandó un diluvio para limpiar y lavar el mundo. Un hombre y su familia se salvaron de perecer ahogados al resguardarse en un gran cajón. El conejo había sido quien les previniera y se protegió de la tempestad en el mismo refugio. Las aguas llegaron tan alto que el cajón se atoró en el cielo. El pequeño roedor quiso explorar el Sol, pero como estaba muy caliente volvió de inmediato. Subió entonces a la Luna y se tardó tanto que cuando quiso regresar el agua había comenzado a descender y ya no pudo bajar.
Encontramos numerosas leyendas relacionadas con los ciclos de renovación del mundo y de los hombres donde, de una u otra forma, aparecen la Luna y el Sol. Desde los albores de la humanidad éstos han sido observados minuciosamente y de tales indagaciones han surgido nuestros esquemas de organización del tiempo: los calendarios.
El estudio cuidadoso del firmamento permitió a los pueblos mesoamericanos establecer un ritmo adecuado para el cultivo de la tierra. El País Serpiente tiene una larga tradición del culto a la fertilidad. Para los tének existen tres planos cósmicos intercomunicados a través de cinco árboles: cuatro de ellos en cada esquina del Cosmos y uno al centro, donde se baila y se vuela en ofrenda al Sol.
¿Por qué me vienen estas reflexiones a la mente? De niña quería ser científica, asomarme durante largas horas por al ojo abierto de un gran telescopio y registrar la danza de los astros. Es fácil sentir amor por las estrellas cuando en la bóveda nocturna resplandece la Vía Láctea. La luz de millones de soles parece inextinguible. Pero el universo está en movimiento. Se expande. Luminosos titanes se crean y se destruyen en las profundidades del espacio mientras nosotros dormimos en nuestra cama.
Hoy en día no esperamos la bondad de las estaciones del año con la misma certeza que lo hicieron los antiguos pobladores de la Huasteca. Los cambios climáticos nos llevan hacia inviernos calurosos y primaveras de sequía, no sólo aquí, sino en todo el planeta. En la mayoría de las ciudades ya no podemos deleitarnos con la presencia de las constelaciones. Y en esos raros momentos en que la estrella vespertina luce su traje de gala, ni siquiera volteamos a verla.
Estamos, aún, en el año internacional de la astronomía. Un buen motivo para sacudirnos el polvo de la mirada. ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste en el camino a saludar al conejo de la Luna?
Como a cualquier niño, a ti y a mí alguna vez nos fascinó el conejo que vive en la redonda cara de la Luna. Allí, en completa quietud, cuando nuestro satélite muestra todo el esplendor de su faz en las noches despejadas, podemos ver la curiosa silueta del animal.
Cuentan los huastecos que hace mucho tiempo Huítʼom ínik (el que todo lo puede) mandó un diluvio para limpiar y lavar el mundo. Un hombre y su familia se salvaron de perecer ahogados al resguardarse en un gran cajón. El conejo había sido quien les previniera y se protegió de la tempestad en el mismo refugio. Las aguas llegaron tan alto que el cajón se atoró en el cielo. El pequeño roedor quiso explorar el Sol, pero como estaba muy caliente volvió de inmediato. Subió entonces a la Luna y se tardó tanto que cuando quiso regresar el agua había comenzado a descender y ya no pudo bajar.
Encontramos numerosas leyendas relacionadas con los ciclos de renovación del mundo y de los hombres donde, de una u otra forma, aparecen la Luna y el Sol. Desde los albores de la humanidad éstos han sido observados minuciosamente y de tales indagaciones han surgido nuestros esquemas de organización del tiempo: los calendarios.
El estudio cuidadoso del firmamento permitió a los pueblos mesoamericanos establecer un ritmo adecuado para el cultivo de la tierra. El País Serpiente tiene una larga tradición del culto a la fertilidad. Para los tének existen tres planos cósmicos intercomunicados a través de cinco árboles: cuatro de ellos en cada esquina del Cosmos y uno al centro, donde se baila y se vuela en ofrenda al Sol.
¿Por qué me vienen estas reflexiones a la mente? De niña quería ser científica, asomarme durante largas horas por al ojo abierto de un gran telescopio y registrar la danza de los astros. Es fácil sentir amor por las estrellas cuando en la bóveda nocturna resplandece la Vía Láctea. La luz de millones de soles parece inextinguible. Pero el universo está en movimiento. Se expande. Luminosos titanes se crean y se destruyen en las profundidades del espacio mientras nosotros dormimos en nuestra cama.
Hoy en día no esperamos la bondad de las estaciones del año con la misma certeza que lo hicieron los antiguos pobladores de la Huasteca. Los cambios climáticos nos llevan hacia inviernos calurosos y primaveras de sequía, no sólo aquí, sino en todo el planeta. En la mayoría de las ciudades ya no podemos deleitarnos con la presencia de las constelaciones. Y en esos raros momentos en que la estrella vespertina luce su traje de gala, ni siquiera volteamos a verla.
Estamos, aún, en el año internacional de la astronomía. Un buen motivo para sacudirnos el polvo de la mirada. ¿Cuándo fue la última vez que te detuviste en el camino a saludar al conejo de la Luna?
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario