Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Domingo 19 de julio de 2009
Después de unos días en casa de mis padres, en Tantoyuca, este jueves volví al Puerto. Unas horas antes del retorno visité Huejutla de Reyes, Hidalgo. Aunque los calurosos látigos del Sol me golpeaban la frente no dejé de disfrutar en el mercado unas deliciosas enchiladas verdes, de esas que traen las mujeres indígenas en canastas de palma.
En muchos lugares del Huaxtecapan se sigue haciendo el tianguis, en gran medida como hace varios siglos; éste ha sido en Mesoamérica, desde los tiempos prehispánicos, el punto de reunión de la comunidad. Más allá del comercio la gente acude para intercambiar noticias. Encontrarse con el devenir. Reconocerse en el otro.
Cada tianguis tiene sus colores y aromas peculiares. Si acaso has ido al de Chicontepec habrás visto a las nahuatlatas, con blusas de flores bordadas y largas enaguas, que venden epazote, quelite, calabaza, chile cimarrón. Esos hombres vestidos de manta, con la piel color bronce, la expresión adusta y los pies firmes, llenos de tierra. Siempre que ando por tales rumbos aprovecho para saborear un plato de adobo de cerdo. En esta región de la Sierra Madre Oriental se hornea, a mi gusto, el mejor pan de la Huasteca veracruzana.
Con más frecuencia voy al tianguis de Tantoyuca, la cuna del zacahuil. El domingo pasado, que anduve por allí, lo encontré muy concurrido. Uno halla desde chorizo y carne enchilada hasta cazuelas de barro y petates. Cuentan los viejos que hace muchos años la cera y la miel eran los principales productos de la región. Precisamente, Tan-tuyik, en lengua Tének significa “Lugar de cera”.
Definitivamente, si deseas conocer el espíritu de un pueblo has de visitar su zona de mercados. Aquí se revelan los íntimos retratos de su tradición, los compases de su música, los matices de su lenguaje, los diversos rostros de sus habitantes.
Ir a un tianguis de la Huasteca nos hace partícipes de los ritos ancestrales. Algo hay de mágico en ello, algo de místico; al mismo tiempo es la cosa más natural y sencilla del mundo.
¿No te gustaría que fuéramos de compras a uno de estos sitios, donde la vida se antoja como una fruta silvestre y no faltan los sabores del maíz y el pulque?
Después de unos días en casa de mis padres, en Tantoyuca, este jueves volví al Puerto. Unas horas antes del retorno visité Huejutla de Reyes, Hidalgo. Aunque los calurosos látigos del Sol me golpeaban la frente no dejé de disfrutar en el mercado unas deliciosas enchiladas verdes, de esas que traen las mujeres indígenas en canastas de palma.
En muchos lugares del Huaxtecapan se sigue haciendo el tianguis, en gran medida como hace varios siglos; éste ha sido en Mesoamérica, desde los tiempos prehispánicos, el punto de reunión de la comunidad. Más allá del comercio la gente acude para intercambiar noticias. Encontrarse con el devenir. Reconocerse en el otro.
Cada tianguis tiene sus colores y aromas peculiares. Si acaso has ido al de Chicontepec habrás visto a las nahuatlatas, con blusas de flores bordadas y largas enaguas, que venden epazote, quelite, calabaza, chile cimarrón. Esos hombres vestidos de manta, con la piel color bronce, la expresión adusta y los pies firmes, llenos de tierra. Siempre que ando por tales rumbos aprovecho para saborear un plato de adobo de cerdo. En esta región de la Sierra Madre Oriental se hornea, a mi gusto, el mejor pan de la Huasteca veracruzana.
Con más frecuencia voy al tianguis de Tantoyuca, la cuna del zacahuil. El domingo pasado, que anduve por allí, lo encontré muy concurrido. Uno halla desde chorizo y carne enchilada hasta cazuelas de barro y petates. Cuentan los viejos que hace muchos años la cera y la miel eran los principales productos de la región. Precisamente, Tan-tuyik, en lengua Tének significa “Lugar de cera”.
Definitivamente, si deseas conocer el espíritu de un pueblo has de visitar su zona de mercados. Aquí se revelan los íntimos retratos de su tradición, los compases de su música, los matices de su lenguaje, los diversos rostros de sus habitantes.
Ir a un tianguis de la Huasteca nos hace partícipes de los ritos ancestrales. Algo hay de mágico en ello, algo de místico; al mismo tiempo es la cosa más natural y sencilla del mundo.
¿No te gustaría que fuéramos de compras a uno de estos sitios, donde la vida se antoja como una fruta silvestre y no faltan los sabores del maíz y el pulque?
Me encantaría acompañarte, pero ahora mismo, emprendo el viaje para encontrar mi propio paisaje. Lástima que sea fuera del país serpiente.
ResponderEliminarUn abrazo!