Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Domingo 28 de junio de 2009.
Uno de los recuerdos más vivos de mi niñez, allá en Tantoyuca, es el de las mujeres tének hablándoles a sus hijos en la plaza o en la calle. Unas voces queditas, ligeras, que caían de sus labios, entre risas y rezongos, como mecates deshilachados. No era el sibilante murmullo del náhuatl que mi madre había aprendido en Chicontepec, sino un lenguaje agudo que cascabeleaba en mis oídos, como si surgiera de lo más espeso del monte.
Artesanas y conocedoras de la tierra, llegaban caminando con sus niños desde las comunidades rurales hasta el centro de la ciudad, para vender sombreros, abanicos y petates, o hierbas y vegetales.
Me parecía ver en los tének una suerte de misterio, algo que no revelaban al orbe, que sólo se decían entre ellos. Años después comprendería que este punto velado es su literatura oral. Su cosmovisión. El peso mismo de su lengua.
Más allá del ritmo acelerado de nuestro siglo, del sincretismo con la cultura de otras etnias y el pensamiento cristiano, hay un espacio muy suyo, muy privado, que los une con los antiguos constructores de cúes. Una raíz milenaria. El espíritu de una raza que arde con fuego propio.
Las mujeres huastecas del norte de Veracruz no portan, ya, la ropa tradicional como, por ejemplo, las de Aquismón, en San Luis Potosí. Los jóvenes emigran a las cabeceras municipales con el afán de adaptarse a la era tecnológica. Algunos son conscientes de su legado, otros tienen prisa por olvidar su origen. Los ancianos suelen ser quienes custodian las viejas leyendas y rara vez le comparten este conocimiento a personas que no son de su estirpe.
Organismo que se alimenta de la Historia, la Palabra se transfigura en cada pueblo para nombrar los objetos del mundo y, en su interminable viaje, nos va transformando a nosotros, los hablantes. En nuestro país, ya lo sabemos, hay una extensa gama de tejidos lingüísticos. En el libro El patrimonio nacional de México (CONACULTA y FCE, 2004) Leonardo Manrique Castañeda afirma que existen alrededor de 75 lenguas indígenas mexicanas vivas.
El Huaxtecapan se nutre, además de los mestizos y los tének, de nahuas, pames, tepehuas y otomíes. Cada grupo manifiesta su herencia desde la riqueza de su mirada y la profundidad de su lenguaje.
¿No crees que las palabras de nuestros hermanos huastecos son fértiles lagunas donde tú y yo podemos reflejarnos?
Uno de los recuerdos más vivos de mi niñez, allá en Tantoyuca, es el de las mujeres tének hablándoles a sus hijos en la plaza o en la calle. Unas voces queditas, ligeras, que caían de sus labios, entre risas y rezongos, como mecates deshilachados. No era el sibilante murmullo del náhuatl que mi madre había aprendido en Chicontepec, sino un lenguaje agudo que cascabeleaba en mis oídos, como si surgiera de lo más espeso del monte.
Artesanas y conocedoras de la tierra, llegaban caminando con sus niños desde las comunidades rurales hasta el centro de la ciudad, para vender sombreros, abanicos y petates, o hierbas y vegetales.
Me parecía ver en los tének una suerte de misterio, algo que no revelaban al orbe, que sólo se decían entre ellos. Años después comprendería que este punto velado es su literatura oral. Su cosmovisión. El peso mismo de su lengua.
Más allá del ritmo acelerado de nuestro siglo, del sincretismo con la cultura de otras etnias y el pensamiento cristiano, hay un espacio muy suyo, muy privado, que los une con los antiguos constructores de cúes. Una raíz milenaria. El espíritu de una raza que arde con fuego propio.
Las mujeres huastecas del norte de Veracruz no portan, ya, la ropa tradicional como, por ejemplo, las de Aquismón, en San Luis Potosí. Los jóvenes emigran a las cabeceras municipales con el afán de adaptarse a la era tecnológica. Algunos son conscientes de su legado, otros tienen prisa por olvidar su origen. Los ancianos suelen ser quienes custodian las viejas leyendas y rara vez le comparten este conocimiento a personas que no son de su estirpe.
Organismo que se alimenta de la Historia, la Palabra se transfigura en cada pueblo para nombrar los objetos del mundo y, en su interminable viaje, nos va transformando a nosotros, los hablantes. En nuestro país, ya lo sabemos, hay una extensa gama de tejidos lingüísticos. En el libro El patrimonio nacional de México (CONACULTA y FCE, 2004) Leonardo Manrique Castañeda afirma que existen alrededor de 75 lenguas indígenas mexicanas vivas.
El Huaxtecapan se nutre, además de los mestizos y los tének, de nahuas, pames, tepehuas y otomíes. Cada grupo manifiesta su herencia desde la riqueza de su mirada y la profundidad de su lenguaje.
¿No crees que las palabras de nuestros hermanos huastecos son fértiles lagunas donde tú y yo podemos reflejarnos?
De nuevo me pierdo en tus letras. Tus tierras, tan ricas en poesía. Una delicia leer tu blog.
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