Literatura & Psicología

2.7.09

de laberintos y deseos

[...] No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.
Jorge Luis Borges


Cuando a los siete años leí el mito griego del Minotauro quedé convencida de que eran reales esa bestia mitad hombre y mitad toro, su enorme laberinto y el héroe Teseo. Desde entonces no he dejado de soñarme atrapada entre muros y puertas que dan hacia más muros y más puertas.

¿Un escritor que me ha provocado terror? Borges. Definitivamente.

A Poe lo leo con deleite. Me enamoro de sus asesinos, me convierto en sus mujeres, danzo con sus fantasmas. Ese fino estremecimiento de la carne al amoldar sus letras en el cuenco de mi mano es de seducción. De ansia. No hay tras la lectura interminables pasadizos. Ninguna escalera subiendo a los peldaños de otra escalera. Sólo tapices persas, ajenjo y mirra. Amantes que escapan de su cámara mortuoria para volver a su tálamo nupcial.

Borges: el miedo a despertar en los límites de otro mundo. Poe: el deseo de soñar todos los sueños.

Leer, en todo caso, es ir en busca del monstruo, guiarme por su bufido en la oscuridad.

Avanzo libro adentro y me detengo antes de la última página: las líneas suspensas en mi memoria (la anticipación de la próxima estancia) son madejas de un hilo suave que se irá desenvolviendo, entre las horas y los minutos, hasta el final del día.

Es momento de iniciar una nueva lectura. De seguir la flecha del tiempo. Pero el tiempo es, también, una isla: Creta.

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