Publicado en La Razón. Tampico Tamaulipas. Domingo 14 de junio de 2009
Más que un lugar de perros es un mapa esférico, laberinto de espejos, una realidad que se expande, se aleja y retrocede hasta llegar (siempre) al mismo punto: la palabra Tampico. La ciudad. El trazo junto al mar Atlántico, en este cuerno de la abundancia que rezuma sangre, en un continente cuya historia es una larga pirámide con escalones superpuestos. ¿El planeta? El mismo que arrulló a la humanidad con el fuego de las cavernas, entre la diosa del amor y el dios de la guerra, sobre las aguas del tiempo.
Tampico. Pichones, tordos, cantinas, troveros, muchachas, mangos, jaibas, humo, avenidas, camiones, marimbas. Tampico.
Pronúncialo despacio, siente sus raíces huastecas: tam, “lugar de”, y pikó, “perro”. Celebración de la fertilidad, tierra mojada y árboles erectos.
Aquí los hombres serpientes danzaban hace más de quinientos años; melena al aire, dientes filosos, cuerpos tostados de sol. Aquí, ahora, palmo a palmo ves pasar obreros, taxistas, médicos, niños que juegan a ser magos, mujeres de grupa generosa, vagabundos amantes de la oscuridad, hombres que buscan los retazos de su juventud en los cafés. Miradas de otros lados. Viajeros. Trapecistas. Marinos.
Tampico. Sobreviviente de piratas, tropas extranjeras y ciclones. Suburbio de la imaginación: rugido de barcos y trenes, vapores de sueño y petróleo, de algo que vuela como el viento.
Si vas por el mercado “Zaragoza”, la piel herida con alfileres de asombro, te asaltará el bullicio de los comerciantes, el aroma a bísquets con mantequilla en las puertas del “Selecto”, el tráfico de piernas y zapatos; más allá un reloj nostálgico, un rumor de granos de café y letras engarzadas en el aire: “El Cuco”.
Detén tu ardua caminata, mira de frente al herrero que fragua rostros de bronce. Titán de hierro y argamasa que nos arponea los ojos cuando la Avenida Hidalgo se asoma por la ventanilla del microbús. Caracol de asfalto que nos invita a dialogar con las casonas, a convertirnos en galápagos junto a la Laguna del Carpintero, a dibujar la geometría de las palomas en la Plaza de Armas.
¿Acaso no habitamos, tú y yo, la palabra Tampico, al pronunciarla, al reinventar su sonido, al repoblarla de imágenes, mitos y silencios?
Más que un lugar de perros es un mapa esférico, laberinto de espejos, una realidad que se expande, se aleja y retrocede hasta llegar (siempre) al mismo punto: la palabra Tampico. La ciudad. El trazo junto al mar Atlántico, en este cuerno de la abundancia que rezuma sangre, en un continente cuya historia es una larga pirámide con escalones superpuestos. ¿El planeta? El mismo que arrulló a la humanidad con el fuego de las cavernas, entre la diosa del amor y el dios de la guerra, sobre las aguas del tiempo.
Tampico. Pichones, tordos, cantinas, troveros, muchachas, mangos, jaibas, humo, avenidas, camiones, marimbas. Tampico.
Pronúncialo despacio, siente sus raíces huastecas: tam, “lugar de”, y pikó, “perro”. Celebración de la fertilidad, tierra mojada y árboles erectos.
Aquí los hombres serpientes danzaban hace más de quinientos años; melena al aire, dientes filosos, cuerpos tostados de sol. Aquí, ahora, palmo a palmo ves pasar obreros, taxistas, médicos, niños que juegan a ser magos, mujeres de grupa generosa, vagabundos amantes de la oscuridad, hombres que buscan los retazos de su juventud en los cafés. Miradas de otros lados. Viajeros. Trapecistas. Marinos.
Tampico. Sobreviviente de piratas, tropas extranjeras y ciclones. Suburbio de la imaginación: rugido de barcos y trenes, vapores de sueño y petróleo, de algo que vuela como el viento.
Si vas por el mercado “Zaragoza”, la piel herida con alfileres de asombro, te asaltará el bullicio de los comerciantes, el aroma a bísquets con mantequilla en las puertas del “Selecto”, el tráfico de piernas y zapatos; más allá un reloj nostálgico, un rumor de granos de café y letras engarzadas en el aire: “El Cuco”.
Detén tu ardua caminata, mira de frente al herrero que fragua rostros de bronce. Titán de hierro y argamasa que nos arponea los ojos cuando la Avenida Hidalgo se asoma por la ventanilla del microbús. Caracol de asfalto que nos invita a dialogar con las casonas, a convertirnos en galápagos junto a la Laguna del Carpintero, a dibujar la geometría de las palomas en la Plaza de Armas.
¿Acaso no habitamos, tú y yo, la palabra Tampico, al pronunciarla, al reinventar su sonido, al repoblarla de imágenes, mitos y silencios?
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