Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas. Domingo 1 de junio de 2009
Tú y yo sabemos que Tampico se yergue sobre un corazón de salitre y arena, que la pirámide de Las Flores es el vestigio de una ciudad antigua, que el Pánuco abraza perezosamente la cabellera de una larga y fértil región echada junto al Atlántico: el Tének bíchou, el País serpiente.
En la antigüedad le llamaron Cuextlan, lugar de adoratorios o cúes. Suelo andado por el guerrero Cuextécatl, donde el viento, Ehécatl, levanta su rumor de caracoles y la diosa Mayáhuel les obsequia a los hombres las delicias del pulque.
Tú, habitante de este siglo, vecino del mar y de las refinerías, ¿has ido más allá del sinuoso lomerío de Tantoyuca, por el verdor de Tepetzintla, hasta llegar cerca del Totonacapan, donde la Tortuga de Piedra alza la cabeza para contemplar los caparazones blancos de las nubes?
¿Has amanecido bajo el azul intenso de Xilitla, el fuego de la estrella matutina y el aroma del café enredándose a las calles, junto a esas muchachas morenas de trenza colorada que llevan el tiempo erizado en los muslos y hablan con los pájaros?
¿Has visto la luz derramada sobre el cerro de Mantezulel, mientras los niños trepan en las rocas húmedas?, ¿el zarandeo de barro y flores en el aire de Huejutla?, ¿los colores de la sierra queretana, allí por Jalpan, donde los cerros arañan las alturas como animales?
Yo amo a la Huasteca, mi patria espiritual, y deseo invitarte a caminar conmigo cada domingo, entre sus valles y sus escarpadas laderas. A disfrutar del huapango. Las fiestas de xantolo. El zacahuil.
¿Quieres comenzar el viaje, aquí, ahora, en estas páginas de tierra?
Tú y yo sabemos que Tampico se yergue sobre un corazón de salitre y arena, que la pirámide de Las Flores es el vestigio de una ciudad antigua, que el Pánuco abraza perezosamente la cabellera de una larga y fértil región echada junto al Atlántico: el Tének bíchou, el País serpiente.
En la antigüedad le llamaron Cuextlan, lugar de adoratorios o cúes. Suelo andado por el guerrero Cuextécatl, donde el viento, Ehécatl, levanta su rumor de caracoles y la diosa Mayáhuel les obsequia a los hombres las delicias del pulque.
Tú, habitante de este siglo, vecino del mar y de las refinerías, ¿has ido más allá del sinuoso lomerío de Tantoyuca, por el verdor de Tepetzintla, hasta llegar cerca del Totonacapan, donde la Tortuga de Piedra alza la cabeza para contemplar los caparazones blancos de las nubes?
¿Has amanecido bajo el azul intenso de Xilitla, el fuego de la estrella matutina y el aroma del café enredándose a las calles, junto a esas muchachas morenas de trenza colorada que llevan el tiempo erizado en los muslos y hablan con los pájaros?
¿Has visto la luz derramada sobre el cerro de Mantezulel, mientras los niños trepan en las rocas húmedas?, ¿el zarandeo de barro y flores en el aire de Huejutla?, ¿los colores de la sierra queretana, allí por Jalpan, donde los cerros arañan las alturas como animales?
Yo amo a la Huasteca, mi patria espiritual, y deseo invitarte a caminar conmigo cada domingo, entre sus valles y sus escarpadas laderas. A disfrutar del huapango. Las fiestas de xantolo. El zacahuil.
¿Quieres comenzar el viaje, aquí, ahora, en estas páginas de tierra?
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