Un viejo amigo me ha dicho que para entender mi blog necesita un diccionario al lado. En realidad se requiere un diccionario para leer a la mujer que soy. La sórdida, silenciosa, húmeda, voraz, antigua, dulce. La que amanece convertida en espuma o en árbol.
La mujer casi rota.
La que renace de esta ruptura a punto de ser. La que jamás.
Algunos hombres han querido traducirme a otras lenguas. Reescribirme. Hacer un tratado acerca de la forma en que doblo la muñeca izquierda al dormir o en que abro los ojos en los días de lluvia. Fotografiar los distintos ángulos de mi soledad. Han hecho tesis doctorales sobre mi manía de repetir la palabra polvo junto a las ventanas. Luego archivan toda esa escritura en una enorme bodega de paredes grises. Aseguran el cerrojo. Y entierran la llave a los pies de un cerezo, cuando llega el invierno.
La mujer casi rota.
La que renace de esta ruptura a punto de ser. La que jamás.
Algunos hombres han querido traducirme a otras lenguas. Reescribirme. Hacer un tratado acerca de la forma en que doblo la muñeca izquierda al dormir o en que abro los ojos en los días de lluvia. Fotografiar los distintos ángulos de mi soledad. Han hecho tesis doctorales sobre mi manía de repetir la palabra polvo junto a las ventanas. Luego archivan toda esa escritura en una enorme bodega de paredes grises. Aseguran el cerrojo. Y entierran la llave a los pies de un cerezo, cuando llega el invierno.
No hay diccionario que descifre en ninguna lengua la individualidad de una persona, solo la agrupan en conceptos que intentan [diminutos] concebir convenios entre las peculiaridades del ser y que esparcen desgastados cúmulos de razón, hasta ser colados en la aguas turbias de la cognación [del individuo] que se atreve a clasificar los lastimeros intentos de aspirar el aire donde tu estás encerrada. Tu individualidad es única amiga mía, como lo es la de cada ser, gracias por regalarnos fragmentos de ti, en cada palabra que roza inquietante los iris de nuestros ojos al leerte.
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