Literatura & Psicología

19.5.13

El amor y las serpientes de cascabel


Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, mayo de 2012.

En los bosques y colinas del norte de California se da desde hace mucho tiempo un fenómeno sorprendente: la contienda entre la ardilla de tierra de California y su enemigo ancestral, la serpiente de cascabel del Pacífico Norte. Una pelea bastante desigual, ¿no?

     Aficionadas a comerse a las crías resguardadas en madrigueras subterráneas, las serpientes deben enfrentar antes a las madres de estas frágiles criaturas. El  veneno de este reptil podría matar a un animal diez veces más grande que una ardilla, ¿por qué no mueren al ser mordidas? Dicho suceso llamó la atención de algunos científicos, los cuales descubrieron que las ardillas han desarrollado un antídoto interno para contrarrestar a su enemiga. Esto tiene una consecuencia: el veneno de la serpiente de cascabel es cada vez más fuerte, al final resulta mucho más tóxico de lo que debería ser para cazar a los pequeños  roedores.

     Algo parecido he hallado en la dinámica de varios matrimonios, porque, ¿no es una relación de pareja, en muchos sentidos, una lucha constante por la supervivencia del Yo? Hay una búsqueda de dominación, el uno del otro. Por supuesto, en el ejemplo citado arriba se trata de un animal que tiene hambre y de otro que se defiende (lo cual, en efecto, define a la perfección a ciertas parejas), pero lo que me interesa ahora es la resistencia cada vez mayor al veneno y, la toxicidad en aumento de éste. Así, en una relación conflictiva las dos partes se van adaptando a tolerar lo que un principio se les habría hecho impensable.

      En realidad, el conflicto se presentará en toda relación, no sólo amorosa, sino con el jefe, los amigos, los padres y, para acabar pronto, la sociedad entera.  Desarrollamos diversos mecanismos de defensa, unos tendrán colmillos, otros aprenderán a camuflarse, cada quien encontrará la forma de encajar en la civilización.

     Ya, desde el principio, los cromosomas que definen nuestro sexo (el X, uno de los más grandes, y el Y, realmente diminuto) están saturados de genes sexualmente antagonistas. Dicen los genetistas: “En el cromosoma Y, los genes acumulan lo que es beneficioso para los hombres, pero a menudo perjudicial para las mujeres; en el X se acumulan los genes que son buenos para las hembras y nocivos para los varones”.

     Tal es este antagonismo que, en publicaciones científicas actuales, podemos encontrar una verdadera narrativa en la que los elementos biológicos aparecen animados: “Es probable que el cromosoma Y de los mamíferos esté así comprometido en una batalla en la que su adversario resulta vencedor. Una consecuencia lógica es que el Y debe huir y esconderse” (Pshilosophical Transactions of the Royal Society).

     Bueno, y dentro de este belicismo, ¿dónde queda el amor?, como dijera el mago Merlín en “La espada y la piedra” adaptada por Disney, esta fuerza más grande que la fuerza de Gravedad. El amor, como todas las experiencias, es incomunicable; todos lo hemos sentido, mas nadie puede dar una definición que nos satisfaga. El que mayor esfuerzo requiere para verle dar frutos, creo yo, es el de pareja, por ese sentimiento de exclusividad entre dos seres humanos. Ahora he oído hablar de poliamor, donde se tiene una relación emocional con diversas personas al mismo tiempo, ¿será que así acabaría la eterna contienda? Prefiero creer en los tratados de paz.


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