Literatura & Psicología

12.7.17

Contra los dictados del depredador


Desde que comencé a compartir información acerca de la equidad de género y la denuncia del machismo, incluyendo mi propio testimonio poético, he visto ciertas reacciones que, aunque pude haber esperado, no han dejado de sorprenderme. Algunos lectores, ora desconocidos, ora buenos amigos o familiares, han coincidido en un punto: la tendencia a creer o al menos poner en duda si no estaremos las mujeres que hemos vivido ciclos de violencia "buscando" a nuestros agresores para lograr un “empoderamiento tipo víctima” o para “convertirnos en heroínas” o por una necesidad de aprobación y consuelo de otras almas lastimadas.

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No diré que una mente no sea capaz de torcer sus afectos y llegar a estas motivaciones subyacentes, no sé si un poco perversas, pero dudo mucho que el sueño de alguna mujer sea terminar colgada de una caseta telefónica, empalada con una escoba o apuñalada en su recámara.
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Muchas mujeres que cíclicamente nos hemos involucrado en situaciones nocivas: un trabajo, un matrimonio, un estilo de vida, cualquier situación que al principio era deslumbrante y acabó siendo un martirio, contrario a lo que la apariencia apunta, no buscamos aumentar el sufrimiento. La trampa consiste, precisamente, en lo contrario: la búsqueda del placer, de cierta imagen del Paraíso o de un ideal.
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Muy a menudo las experiencias tempranas de la vida no nos proporcionaron los elementos psíquicos necesarios para desarrollar una consciencia real del peligro; quizá no nos estimularon lo suficiente para confiar en nuestras propias percepciones. No reconocemos las señales de riesgo o no les hacemos caso aunque estén allí parpadeando ante nuestros ojos. Además, gran parte de la violencia hacia nuestro género ha estado normalizada.
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Una opresión histórica nos ha limitado sistemáticamente para desarrollarnos en los distintos ámbitos (profesional, personal, económico, etc.), más a menudo nos han enseñado a ser condescendientes y amables mientras a los varones se les enseña a competir, a ser directos y hasta invasivos (lo cual deriva en baja tolerancia a la frustración y falta de empatía). Por si fuera poco, una porción de las mujeres se convierten ellas mismas en guardianas de la tradición y se encargan de someter, juzgar y desvalorizar a las demás y otra porción, a fin de rebelarse intentan cortar drásticamente con todo lo que huela a feminidad, mutilándose a sí mismas.
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Este encarcelamiento sistemático y normalizado del instinto femenino hace que muchas de nosotras, especialmente si somos sensibles y creativas, nos sintamos como lobas hambrientas, desesperadas por encontrar “eso” que nos hace falta y que no sabemos ni siquiera qué es.
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Cuando estamos tan hambrientas de vida, de amor y de creatividad, si no tenemos la pericia que nos hace advertir y sopesar el peligro, mordemos fácilmente los cebos, las promesas de aventura y de pasión, las cosas que parecen una fuga del dolor o anticipar alegrías intensas y es posible que sí nos las den, pero el precio es muy alto, al final podemos perder incluso la vida.
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Se llega al grado en que el cerebro se condiciona a las descargas de oxitocina, adrenalina y otras sustancias en un proceso adictivo. Quien ha trabajado con adictos sabe que el consumo de la sustancia va aumentando precisamente porque estos tratan de detener la ansiedad y lo único que les ofrece la ilusión inmediata de sosiego es volver a ingerirla. Y, créanme, siempre habrá alguien dispuesto a aprovechar esta vulnerabilidad. Hay muchos sociópatas y manipuladores integrados a la sociedad; según algunas estadísticas, la proporción es más o menos de cada 5 personas con perfiles sociopáticos, 4 son varones. ¿Herencia, aprendizaje, o un binomio de ambas cosas es lo que lo desencadena?
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Las personas con un perfil agresor, especialmente los sociópatas o psicópatas, tienden a buscar como complementos a quienes tienen un alto grado de empatía y tendencia a perdonar. No es raro que busquen también algunas cualidades deseables en su objetivo, como un alto desarrollo profesional, talento o belleza física; especialmente los agresores de tipo narcisista, pues son como vampiros psíquicos que buscan apropiarse de los recursos de los demás, tanto materiales como personales. El agresor hace, entonces (aprovechando esta susceptibilidad de la víctima), un entrenamiento mental dentro de un ciclo de idealización-desvalorización que gradualmente le va distorsionando la percepción de la realidad. Recordemos que esta distorsión se liga con procesos químicos en el cerebro y con el aval social de la violencia.
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Además, dentro de las relaciones conflictivas, la fase del ciclo de la violencia que consiste en la acumulación de la tensión (ahora lo sé) puede durar periodos muy prolongados lo que hace que se forme una burbuja en la que parece no pasar nada, y aunque haya siempre indicadores no hay uno lo suficientemente fuerte que sacuda la consciencia. Pero tarde o temprano esta tensión acumulada estallará en una gran explosión y, lamentablemente, entre más prolongado y “pacífico” haya sido el periodo de acumulación de la tensión más violento será el arrebato y estos ciclos son progresivos. No importa qué tan lejos creas que han llegado, la próxima vez será peor, te lo aseguro. Es mejor no quedarnos a averiguar qué sigue.
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En ocasiones ni siquiera hay en nosotras una búsqueda de experiencias intensas, sino un deseo de quietud, de un remanso de paz, pero no sabemos cómo, dónde, con qué recursos alcanzar ese estado. Esto no es relativo a la edad cronológica. Cada mujer sigue un proceso individual y podemos hallar mujeres jóvenes muy maduras y a otras en la adultez que aún son bastante ingenuas. O podemos ser maduras y sensatas en unas áreas de nuestra vida y en otras estar completamente desprotegidas.
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Esto lo he observado con frecuencia en mujeres que tenemos una inclinación artística o vocación de cuidadoras, pues nos orientamos más hacia el área de las sensaciones que hacia la lógica o el pragmatismo. Y a menudo arrastramos un complejo de salvadoras: queremos curar al otro porque estamos heridas. En efecto, nuestras heridas pueden ser la base sobre la que se construya el autoconocimiento y, por tanto, el conocimiento de los otros, pero antes de que ello suceda hemos de apreciar lo que está oculto bajo la carne, sacar la pus, limpiar la sangre coagulada; si no hacemos rigurosamente esta limpieza lo único que conseguiremos será herirnos más.
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Quizá solo intentamos ir con el flujo de la vida, pero hay ciertos vacíos en nuestro interior que nos vuelven vulnerables a esa clase de depredadores.
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Cuando una persona es víctima de maltrato atraviesa etapas en las cuales no logra darse cuenta de sus recursos interiores para enfrentar y solucionar su situación. Esto no es relativo al grado de estudios formales ni a una cuestión intelectual, se trata de que las emociones están enganchadas dentro de un proceso destructivo.
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Hay hombres y mujeres que pueden ser víctimas de abuso, tanto dentro de sus relaciones estables con otras personas, como fortuitamente, pero según las estadísticas, en el caso de los varones están más expuestos a ser víctimas de violencia aquellos con poca educación formal y con pocas oportunidades de desarrollo material y profesional; en el caso de las mujeres, aunque existan circunstancias de mayor vulnerabilidad que otras, en comparación con los hombres estamos mucho más expuestas que ellos a ser agredidas dentro de todos los estratos sociales, incluso si existe mayor educación formal. La violencia se encuentra, pues, más generalizada hacia nosotras.
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Según un estudio realizado en México "Casi al 70% de los hombres los asesinan con un arma de fuego, mientras que entre mujeres es apenas el 40%. Respecto a hombres, a las mujeres mexicanas las ahorcan, las ahogan, las golpean, las acuchillan, o las envenenan. Una de cada dos mujeres asesinadas muere en su propia casa".
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Este último dato es escalofriante. Significa que más o menos el cincuenta por ciento de las mujeres asesinadas, al menos en nuestro país, mueren sin salir de su casa; podemos inferir que el agresor podría ser un familiar o una persona cercana a la familia.
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Las mujeres, todas, necesitamos hacer una pausa y revisarnos a profundidad y consciencia. En mi caso, hasta hace relativamente poco tiempo comencé a ser consciente no solo de las agresiones visibles y drásticas sobre mi persona sino de aquellas más sutiles y encubiertas que he recibido desde la infancia, incluyendo desvalorizaciones “amorosas” del tipo “tú eres demasiado frágil para hacer esto”.
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No es nuestra culpa ser lastimadas por otros pero sí es nuestra responsabilidad comprender qué elementos de nuestra personalidad nos hacen vulnerables.
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Solo le haremos frente a la realidad cuando seamos capaces de mirar ese cuarto oscuro de la mente, donde sangran nuestras heridas, y de escuchar con atención la voz interior, la de la intuición, la que nos dice cuáles son esas señales de alerta que debemos observar para no morder los cebos, para no salir corriendo en busca de Paraísos ni para fugarnos del dolor cotidiano, el tedio o la tristeza. Lo expresa muy bien Clarissa Pinkola Estés en Mujeres que corren con los lobos: "Si una mujer no contempla las cuestiones de su propia muerte y su propio asesinato, seguirá obedeciendo los dictados del depredador".
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Dos cosas muy importantes que necesitamos hacer para protegernos de los depredadores son delimitar nuestras fronteras personales y procurar no tener vacíos, o al menos estar conscientes de cuáles son, para que no tratemos de llenarlos con la primera ilusión que se nos aparezca.
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Actualmente enfoco una parte de mi labor artística a una esfera social, por la equidad de género y la prevención de la violencia, porque asumo la responsabilidad de compartir lo que he aprendido tanto de mis vivencias como de mis lecturas y mi acercamiento a muchas otras mujeres. Pero no es mi único discurso, hay quienes conocen mi trabajo sobre la Huasteca y mi amor hacia los pueblos originarios o mi afición a la física, la arqueología y la mitología. ¡Suspiro al pensar en todo lo que quiero hacer y escribir!
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La escritura es una herramienta para profundizar en mi propio yo y para revelarme (con “v” y con “b”). He tenido etapas de plenitud y felicidad; también he rodado a los abismos. He encontrado en el camino a mucha gente que dice identificarse con lo que escribo, especialmente mujeres, pero no, no son almas que me consuelan en un sentido estoico, sino simplemente almas que han asumido su experiencia y que están en la búsqueda de sí mismas.
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No llega una a encontrarse a sí misma y se queda estática, puesto que a lo largo de la vida nos vamos reconstruyendo; a veces es necesario dejar morir una parte nuestra para que nazca otra más madura. Y si en el proceso fracasamos, ¿qué?, pues nos levantamos, juntamos nuestros huesos rotos y volvemos a empezar. 

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