Publicado en La Razón. Tampico, Tamaulipas, Junio de 2015.
Una de las recomendaciones más valiosas a la hora
de hacer poesía la encuentro en el “Arte poética” de Vicente Huidobro: “Por qué
cantáis la rosa, ¡oh, poetas! Hacedla florecer en el poema”. Podrá parecernos
lugar común, claro –como si hubiera lugares que no fueran comunes dentro de la
literatura y develáramos con nuestra grandiosa inspiración el hilo negro del
arte–, pero hacer que una rosa florezca en un poema requiere que le abonemos
una buena dosis de imaginación a las letras.
La posmodernidad, más que ninguna otra época, ha
hecho flexibles las fronteras entre los distintos géneros literarios. El poema
contemporáneo coquetea a menudo con el aforismo, con el ensayo, con la
narrativa, pero bueno, no deja de ser “poema”, debe seguir habiendo elementos
que lo sustenten como tal. Quizá alguien muy conceptual pueda argumentarme –y
tendrá una vasta justificación teórica– que todo puede ser un poema… sí, sí, el
habla cotidiana, un anuncio de refrescos o un diagnóstico médico, todo es
ficción, todo es literatura, todo es lo que ustedes quieran –ya lo dijo
Bécquer, “poesía eres tú”–, pero en un plano formal sigue habiendo algo
específico que consideremos, per se, como poema.
No tengo una fórmula, pero sí una serie de
opiniones:
1- El poema debe sentirse, no explicarse; pongo un ejemplo, para escribir sobre un tema amoroso no necesariamente tenemos que usar la palabra “amor”, debe haber algo que nos haga sentir ese pulso amoroso. Algunos sustentan todo el peso de su texto en esa minúscula y manoseada palabra, y no es que no se deba usar, usémosla, pero resignificándola, y que el texto preferentemente no dependa de ella.
1- El poema debe sentirse, no explicarse; pongo un ejemplo, para escribir sobre un tema amoroso no necesariamente tenemos que usar la palabra “amor”, debe haber algo que nos haga sentir ese pulso amoroso. Algunos sustentan todo el peso de su texto en esa minúscula y manoseada palabra, y no es que no se deba usar, usémosla, pero resignificándola, y que el texto preferentemente no dependa de ella.
2- El poema ofrece varios niveles de lectura, que
dependerán no solo del talento del poeta, sino del bagaje conceptual y de la
sensibilidad de cada lector; pero a mi juicio, un buen poema –al menos el
ideal– siempre deja “algo” al lector que le pone atención, así sea mucha o poca
su “cultura literaria”; ya la forma, ya la imagen, ya el juego
onomatopéyico, algo tocará sus fibras; raramente se irá el otro con la mirada
vacía.
3- El poema no tiene como finalidad la comunicación. El
sentido de la comunicación es transmitir un mensaje, y este mensaje idealmente
debe ser interpretado del mismo modo por todos los receptores. Un buen
comunicador (por ejemplo, un periodista) se destaca por no dar lugar a
ambigüedades. Un poema que dice lo mismo a todos los lectores, a mi punto de
vista, ha fracasado.
Mucho habrá qué decir al respecto, si algún
día hallo la fórmula del poema perfecto, seguro la compartiré con ustedes.
Imagen: Alan Magee
Un error que cometen algunos intelectuales es preguntar ¿Qué entendiste del poema? Pierre Giraud en su libro "La Semiología" escribió que "el arte no es de cognición sino de comprensión".
ResponderEliminarFé de erratas. no era "comprensión", sino "percepción"
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