Hace unos días leí la
columna de Laura Fernández (Los signos en el ojo) en el Diario Amotape, de
Perú, bajo el rubro “Sobre distopías, el buen fin y Ayotzinapa”, donde la escritora cuestionó el hecho de que muchos mexicanos estaban más atentos a las ofertas de
los negocios que a los últimos acontecimientos relacionados con Ayotzinapa, e
ironizaba refiriéndose al Buen Fin, ¿del mundo?
Yo que soy una outsider, que
no ve televisión y rara vez acude a los centros comerciales, jamás le había
puesto atención al dichoso Buen Fin, pero esta vez me dediqué a observar a
algunos compradores potenciales en los bazares. Vi personas hipnotizadas frente
a los televisores de pantalla plana, preocupadas porque los viejitos pronto van
a descontinuarse, y a otras tantas recorriendo ansiosas con la mirada una serie
de artículos que probablemente no necesitan, a los cuales hace un par de meses
les subieron el precio para poder, en ese momento, bajarles el excedente y
presentarlos como rebaja.
Unos días antes me había topado
en el televisor de una oficina un programa de variedades. Después de mi larga
dieta televisiva, asomarme de nuevo a ese mundo fue un impacto, como recibir un
knock out, como esa impresión que recibimos cuando volvemos a un lugar en
ruinas. Me asqueó la forma en que se convierte a las mujeres en objetos básicos
de consumo y en que se lucra con las emociones (y entre los buscadores de
“ofertas” vi precisamente, a varias señoras que comentaban sobre la necesidad
de seguir viendo sus telenovelas). Hago hincapié en que no estoy en contra de
que la gente use este medio, sino de que abunden los programas chatarra y que
estos sean a los que tiene acceso la mayoría de la población mexicana, en los
que el mensaje tácito parece ser: "gracias por burlarte de mí".
Ante esta maquinaria de
enajenación, ¿queda lugar para el pensamiento crítico? Por primera vez en
décadas, en los últimos dos meses hemos visto a una parte del pueblo mexicano
sacudirse el letargo y unirse en diversas manifestaciones, exigiendo justicia
no sólo por la desaparición de los 43 normalistas, sino por todos los atropellos
que son cotidianos para nuestro aberrante gobierno. Sin embargo veo aún
adormiladas a muchas personas que siguen viendo desde afuera estos sucesos, ¿es
que sólo cuando nos alcanzan a nosotros reaccionamos, o ni así?
Oigo en estos días llamar
“anarquistas” a quienes perpetran actos violentos. La verdadera anarquía confía
en el ser humano y en su capacidad para vivir en comunidad sin la necesidad de
gobernantes. El auténtico anarquista es un ser inteligente, que ejerce el
pensamiento crítico y la libertad. No nos confundamos y no cejemos en nuestro
esfuerzo colectivo por reclamar nuestros derechos, ora marchando, ora dando
opiniones valiosas, ora educando a nuestro hijos con un criterio firme.
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