Felizmente
(para muchos) el estudio del genoma, en menos de dos décadas, ha echado por la
borda varios mitos, entre ellos el sostenido largo tiempo por el conductismo de que “todo es ambiente”. La premisa de nuestros genes parece ser: “Te
conviertes en lo que eres”.
¿Es que el entorno no juega, entonces, un
papel relevante en nuestro desarrollo? Por supuesto que lo juega, pero
contrario a lo que se creía, la tendencia del ser humano (y de cualquier otra
especie) no es dejarse controlar pasivamente por los mecanismos de una sociedad
“ajena” a su naturaleza, sino “crear los ambientes” que, finalmente, desatarán
sus predisposiciones biológicas. El que es violento, buscará y formará
escenarios violentos; el que tiene inclinación por el arte, hará también lo
suyo, en contra de todo lo que se oponga.
Cada uno de nosotros es un libro,
producto de millones de años de experiencia, capaz de reescribirse a sí mismo.
Este sentido de “rebeldía” nos puede hacer
sentir “superiores” o "más inteligentes" que el resto de los seres vivos. Sin embargo, es falso que los animales sean simples
autómatas siguiendo al grupo; incluso las hormigas o las avispas tienden a
rebelarse, y cuando esto pasa, el resto de la comunidad aniquila al rebelde.
¿Hallas algún parecido con las sociedades humanas? Sólo que la hormiga rebelde
actúa de pronto y de manera tajante, en cambio, la persona busca formas de
encubrirse. Entonces, para preservar el orden, tanto en los hormigueros como en
las ciudades humanas, se siguen reglas, se delegan funciones, se prohíben cosas
(por ejemplo, en las colmenas, la abeja reina controla la sexualidad de las
obreras para que no tengan crías propias).
Asombrosamente se ha visto este mismo
comportamiento a nivel celular: los genes se conducen de manera parecida a los
miembros de una sociedad organizada. No son raros los brotes de genes rebeldes
cuya sentencia será la pena de muerte; pero si el gen rebelde se sale con la
suya el resultado para el organismo podría ser, por ejemplo, un cáncer.
Nuestra individualidad parece
estar programada. ¡Qué paradójico, decir que el libre albedrío está dictado por
los genes! Este enfoque reduccionista podría hacernos creer que no hay lugar
para el misterio. Yo pienso que esta organización tan maravillosa de genes y
sociedades es, en principio, un misterio fascinante: ¿Cómo un caldo de
bacterias pudo llegar a convertirse en una mente compleja capaz de crear
sinfonías, construir ciudades y preguntarse cuál es su destino?
Ridley concluye en sus reflexiones sobre
este tema que “la libertad está en expresar el propio determinismo no el de
otra persona”. Esa rebeldía renovada, esa incomprensible variable que nos hace,
a cada uno de nosotros, singulares y únicos, es lo que ha generado la enigmática
sonrisa de la Gioconda, el impresionante serpeo de la Muralla China, la
tragedia de Hamlet y hasta esta modesta columna que estás leyendo.
Pero, ¿qué nos hace a los seres humanos
“superiores” a otras especies?, ¿sentir emociones? Las emociones se generan en el
sistema límbico, una de las partes más antiguas de nuestro cerebro, que ya se
encuentra en estado rudimentario en los peces. ¿La forma en que aprendemos? Los
científicos han comprobado que hasta una babosa de mar puede aprender a través
de la habituación, sensibilización y aprendizaje asociativo, la misma manera en
que aprende un ser humano, y ni siquiera usan el cerebro sino un ganglio en el
abdomen.
¿Nos hace superiores tener capacidad de
abstracción? Según los estudios actuales, hasta un abejorro tiene capacidad de
abstracción, que utiliza a la hora de elegir las flores en las que hallará
néctar. ¿Nos hace superiores que tengamos “menos instintos” que los animales,
ya que nuestra conducta es mayormente “aprendida”? La genética actual ha
comprobado que no sólo tenemos instintos sino que los nuestros son más variados
y complejos que los del resto de las especies.
El libro de la vida (ADN), está compuesto
con las mismas cuatro letras en todos los organismos. O sea, la Naturaleza nos escribió usando el mismo lenguaje.
Sólo la soberbia y la estupidez pueden
hacerle creer a alguien que ha trascendido
el mundo animal. Lo que sí nos distingue es un cerebro altamente especializado
con gran capacidad para adaptarnos a través del aprendizaje (pero precisamente
este aprendizaje va creando nuevos instintos para las generaciones siguientes);
este cerebro especializado nos ha permitido un salto del pensamiento concreto
al pensamiento abstracto (por ejemplo que en vez de contar “dos palitos más dos
palitos son cuatro palitos”, podamos decir: 2 + 2 = 4, o A + B = C) y, también,
la “consciencia”, darnos cuenta de nuestra existencia y nuestra mortalidad, por
lo cual uno de los primeros signos de una inteligencia evolucionada es la
aparición de las religiones: el temor a morir nos induce a buscar respuestas en
el mundo de lo sobrenatural. A este respecto, cabe decir, los elefantes tienen
rituales que podrían interpretarse como religiosos. Según algunos teóricos
interesados en la Inteligencia Artificial, una máquina estaría manifestando
signos de “vida” cuando fuera capaz de sentir miedo por su propia “muerte”.
Espero que, en este momento, mi visión no parezca simplemente fría y reduccionista. Como lo veo, en realidad, esta danza
eléctrico-química que nos hace existir es el marco de un gran misterio, y el
misterio, para mí, se iguala a la Poesía.
¿Y qué es la inteligencia? Muchos han querido definirla, clasificarla, medirla; en los últimos tiempos quien ha tenido mayor éxito entre las
masas es Howard Gardner, con su teoría de las inteligencias múltiples, que
identifica cada talento por separado. Yo abogo más por el enfoque de Robert
Sternberg, que toma en cuenta tres tipos distintos de inteligencia: analítica,
creativa y práctica.
Desde mi entendimiento, todos los seres
vivos compartimos una misma naturaleza inteligente, pero en distintos niveles
de abstracción y especialización. Nuestro destino, lo que podemos llegar a ser
como individuos, depende en gran medida de ese dictado interior del que hablé
en un principio, y, sostengo, del misterioso signo que ordena las
posibilidades.
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